María
José Manquez Morales
Fundación Ciudad del Niño
La mayoría de las personas ve a sus hijos por primera vez cuando nacen. En mi caso, fue distinto pues vi el rostro de mis hijos por primera vez a sus nueve años. Ese fue el día en que iniciamos nuestra aventura de ser familia.
Mis hijos son gemelos, de actuales 10
años, que estuvieron prácticamente toda su vida en una residencia de
protección. Por esas cosas extraordinarias nos conocimos, nos vinculamos, y hoy
somos familia. En términos afectivos yo soy la mamá que ellos eligieron,
y ellos mis hijos amados. En términos legales, están en
situación de pre egreso con su tercero significativo, sin lazo consanguíneo.
Desde el principio el proceso ha sido
complejo, estresante y en momentos doloroso, pero lo hemos vivido como una
aventura, la más importante de nuestras vidas. Siendo lo más complejo buscar
la armonía entre la idealización del ejercicio del rol materno y esta forma
diferente de asumir la maternidad como un proceso.
En el que se deben priorizar sus
necesidades fundamentales, aprender a conocer y a compartir sus preferencias
desde el respeto de su propia identidad –la que se formó fuera de este núcleo
familiar– así cobra fuerza la educación valórica familiar y la búsqueda de su
adaptación e integración, por sobre los logros académicos de la educación
formal. Llegando
a concluir que la aventura tiene un propósito superior y es la adaptación a la
vida en familia y su felicidad.
Todos queremos ser felices y que
nuestros hijos lo sean. Pero es extraño decir que el principal objetivo es que
se adapten a la vida en familia, convergiendo así lo personal con lo
profesional, encontrándole mayor sentido a teorías y metodologías.
Y es que la larga data de
institucionalización provoca la desnaturalización de la vida en familia. Los
niños y niñas dejan de creer, de ilusionarse y de soñar.
Recuerdo un paseo con unos amigos y
sus hijos, sentados en la “Piedra del Águila” en el Parque Nahuelbuta. Los
niños comenzaron a pedir deseos, y uno de mis hijos les señaló: -“No
le pidas deseos a esta piedra, eso no existe. El único que puede darme mi deseo
es el juez del Tribunal”-.
Sumado a esto, la tolerancia a la
frustración va desapareciendo dando paso a crisis complejas en las que la
contención emocional, el afecto y la atención personalizada junto al vínculo
permanente, son el único remedio que puede bajar esta ansiedad y el miedo
constante al abandono donde el cariño es fundamental para empezar a creer.
Así,
poco a poco se reconstruye la familia, integrando el amor y el respeto como
conceptos fundamentales, además de contención y seguridad, intentando día a día
resignificar la historia de vida.
Los resultados a nivel emocional
quedan a la vista. Las crisis se superan, con la sensación de haber corrido una
maratón emocional en la que el aliento y el agua son las sonrisas y los logros.
A nivel físico avanzamos significativamente. Además de su desarrollo, ahora
caminan erguidos pues ya no llevan la mochila del abandono en sus espaldas. Ya
no cargan con sus penas y sus frustraciones, ahora existe una mamá, una familia
y una aventura por delante.
Como
sociedad civil nos falta trabajar en la inclusión a pasos agigantados. Mucho se habla de las capacidades diferentes, de la inclusión
étnica y de los inmigrantes, pero aún no ponemos énfasis en la niñez vulnerada.
Es recurrente escuchar “los niños del hogar” o “los niños del SENAME”, cuando éstos
son niños y niñas que, a mi juicio, sí debieran tener un trato diferente.
Pero no desde la discriminación, sino
desde la garantía de los derechos prioritarios, enfatizando en la inclusión.
Empezando por dejar de ponerles esos apellidos dolorosos como hogar o SENAME, y
así dejar de estereotipar. Considerando que la mayor parte de las veces se hace
desde el desconocimiento, manteniendo así una deuda con nuestra infancia, y
peor aún, con nuestra infancia vulnerada.
Los
principales aprendizajes llevados a lo profesional son que siempre tenemos que
trabajar desde los recursos que cada niño y niña tiene. La importancia del enfoque vincular, de no perder la
postura profesional, pero darnos el espacio para ser afectivos y contenedores.
Hacer sentir a cada niño y niña que
estamos al servicio de sus necesidades, que son el centro de nuestra
intervención. Creer en ellos y ellas con la real convicción que nuestro trabajo
puede cambiar la realidad en la que viven, que si bien ya fueron vulnerados,
nosotros estamos para trabajar en la restitución de sus derechos. Pero también
para dignificar y recuperar su niñez.
fuente: www.ciudaddelnino.cl
ARTÍCULOS RELACIONADOS:- 6 mitos que desafían la idea sobre adoptar a niños "mayores"
- Duelo y reparación
- El niño al que no adopté
- Trastorno severo del apego
- Las despedidas más dolorosas
- La crianza terapéutica
URL Abreviada: https://goo.gl/5LeYiN
No hay comentarios:
Publicar un comentario