por Jana Wolff
El día de
nuestra boda, nuestros amigos nos aseguraron que tendríamos unos niños muy
guapos, y les creímos. Es esa fantasía clonadora: que nuestros futuros hijos
serían una versión en miniatura de nosotros, que sólo heredaran nuestros rasgos
favoritos. No sólo dibujé en mi cabeza a una niña de ojos verdes, piel aceituna
y pelo negro; también di por sentado que tendría una personalidad ganadora y
sería superinteligente. Mis sueños dejaban a un lado nuestros rasgos
menos favorecedores: nariz grande, pecas, un segundo dedo de los pies demasiado
largo y ser proclive al estreñimiento.
Mucho de
nuestros sueños (y miedos) se cortaron en el camino: todas esas charlas sobre
lo guapos que serían nuestros hijos... y al final no podíamos ni siquiera
tenerlos. Cuando comenzamos a pensar en la adopción seriamente, me preguntaba
si podría sentirme madre de una criatura que no se parecía a mi o a mi marido.
A pesar
de que a todos nos gusta pensar que nos consideramos por encima de los
pensamientos egoístas sobre la imagen, ésta juega una parte muy importante en
el proceso emocional, antes y después de la adopción. La adopción es como una cita
a ciegas en cierto modo.... una cita para siempre. Al inicio del proceso,
ambos, los padres biológicos y el niño no pueden ponerle un rostro a los padres
adoptivos. Los padres que adoptan se preocupan de que pueda ser feo, tonto, o
ambas cosas. Se preocupan de la apariencia del niño, no porqué sean
superficiales, sino porque los futuros padres desesperadamente quieren
enamorarse de ese extraño que se convertirá en hijo suyo.
Te gusten o no tus rasgos, éstos te son familiares, existe algo
seguro a cerca de ello. Es como si parecerse asegurase un nivel de cohesión
familiar. Asumimos que las familias que tienen un parecido físico se
pertenecen, pero familias como la nuestra que no se asemejan, son vistas como
un curioso grupo de individuos. Una mujer blanca cogida de la mano e un niño
negro incita a adivinar: ¿Su trabajadora social?, ¿Será su canguro?, ¿La novia
del padre negro del niño?, ¿Su madre? (no, eso no puede ser…)
Los
padres que optan por una adopción transracial están dispuestos a formar parte
de un grupo que no cuadra, pero esto no quiere decir que se han olvidado
de la cuestión de la imagen. Una vez que los padres adoptantes han tomado la
meditada decisión de que pueden ser padres de un niño de otra raza a la suya,
tienen una decisión más brutal que hacer, ésta es menos agradable, que es a
menudo evitada- la vergonzosa discusión sobre el color de la piel: ¿cuán oscura
es muy oscura? Muchos de los que cruzan la frontera del color son favorables a
hacerlo en una continuidad de gustos que a menudo revela una, no verbalizada e
inconsciente, preferencia por el amarillo sobre el marrón, el marrón sobre el
negro, piel clara sobre la oscura.
Así que,
incluso dentro de la adopción transracial, parece que intentamos
minimizar las
diferencias entre nosotros y nuestros hijos. Se adoptan más bebes asiáticos que
africanos por padres blancos, como si la combinación de amarillo-blanco es
menos transracial que la de blanco-negro. Algunos de nosotros, que estamos
involucrados en el mundo de la adopción transracial, nos creemos en cierto modo
superiores en lo que a discriminación se refiere, pero demostramos nuestro colorismo
prefiriendo niños marrones (bien sean latinoamericanos, africano-americanos o
mulatos), con rasgos europeos que nos son familiares, sobre niños negros, con
los que no compartimos ninguno de nuestros atributos físicos. Extraño como
pueda parecer, los padres blancos de niños no blancos, continúan teniendo la
ilusión del parecido familiar.
Que los
polos opuestos se atraen parece que se aplica más a la personalidad que a la
apariencia. Muchas parejas comparten atributos físicos; algunas incluso se
parecen. Los rubios se inclinan más por los rubios, y los castaños se inclinan
más por los castaños. ¿El deseo de igualar en la adopción transracial sigue una
dinámica donde el parecido busca parecido, o gravita hacia el puro racismo?
Me sentí
como una intolerante la primera vez que vi a mi hijo. “Es muy oscuro”, pensé, y
me avergoncé de pensarlo. Mi racismo visceral estaba empujado por un miedo
visceral. Estaba segura de que me había metido en algo que se me hacia grande.
La adopción de un niño blanco ya hubiese sido bastante, pero tuvimos que ir, no
solo a por un niño que salió del cuerpo de otra persona, pero de otra cultura.
¿En que estábamos pensando?
¿Que tipo
de seudo-tropas de la Paz
pretendíamos ser? Todo lo que podía pensar es que éramos demasiado blancos
para ser los padres de alguien tan negro.
Desde ese
inconcebible inicio, nuestras vidas, como miembros de una familia transracial,
ha crecido para sentirse exactamente bien. A pesar de que nadie creerá que el
niño sentado junto a mí es mi hijo, ciertamente lo siento como mi hijo. Un niño
marrón se ha convertido en familiar, así que los niños marrones nos resultan
ahora familiares. Los niños rosados me parecen aburridos en comparación con las
hermosas mezclas que vemos en los niños negros, adoptados o no. ¿Es posible que
niños mulatos, como nuestro hijo, sean más hermosos que la población en general?
¿O simplemente yo lo veo así? Debe haber algún tipo de cambio en las
preferencias que sucede con las familias transraciales, pero no es muy
diferente de la preferencia de la que hablábamos antes de castaños con
castaños. Si percibimos a nuestra familia como una hermosa fusión, vemos la
belleza de la fusión en otros. O poniéndolo de un modo más simple, nos atraemos
a nosotros mismos.
En la
primera etapa de ser una familia creada por la adopción transracial, éramos
conscientes de lo diferentes que éramos de nuestro hijo. A medida que ha ido
pasando el tiempo y el cemento emocional de la familia se ha consolidado, nos
sentimos unificados como una familia mixta (a pesar de que el mundo no siempre
nos ve como que nos pertenecemos). No parecerme en absoluto a mi hijo es causa
de preguntas y miradas, pero no representa una amenaza. Somos una familia.
Habiendo dicho esto, es también cierto que nos encanta cuando vemos el modo en
el que nos parecemos unos a otros. Cuando la gente dice que mi hijo y yo
tenemos la misma sonrisa, mi sonrisa se hace más grande.
A pesar
de que era una creyente de la pre-clonificación cuando me casé, la costumbre a
diseñado la imagen de mi hijo, acabé con un niño que es mucho más hermoso que
el que su padre y yo podríamos haber creado. Cuando pienso en mis miedos
pre-adopción “¿Podré querer a un niño que no se parece a mí o a nosotros?” y
“¿Que pasa si es feo o fea?”. Ahora sé las respuestas. Estoy segura que puedes
amar a un niño que no se parece a ti, y que ese niño no te resultará menos
hermoso. También sé que algunas veces te olvidaras de que no os parecéis.
fuente:
www.asociaciongerard.com
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