por Georgette Mulheir
CEO Fundación Lumos
En Europa y Asia
Central cerca de un millón de niños vive en grandes instituciones, normalmente
llamadas orfanatos. Se piensa en los orfanatos como lugares
agradables donde cuidan a los niños. Otros conocen mejor las
condiciones de vida, pero piensan que son un mal necesario. Si no,
¿en qué otra parte pondríamos a todos esos niños que no tienen padres?
60 años de investigación han
demostrado que al separar a los niños de sus familias y colocarlos en
grandes instituciones se perjudica seriamente su salud y su desarrollo, especialmente
el de los más pequeños. Cuando un bebé nace, no ha completado el
desarrollo de los músculos ni tampoco el del cerebro. Durante los 3
primeros años de vida, el cerebro crece hasta alcanzar su tamaño completo;
sobre todo durante los primeros 6 meses. El cerebro se
desarrolla reaccionando a experiencias y a estímulos. Cada vez que un
bebé aprende algo nuevo (a enfocar los ojos, imitar un movimiento o una
expresión facial, a levantar algo, formar una palabra o sentarse
derecho) se forman nuevas conexiones sinápticas en el cerebro. Los
padres se asombran por la rapidez del aprendizaje. Se maravillan y se
extasían con la inteligencia de sus hijos. Les comunican su alegría y
estos responden con sonrisas y con deseos de lograr más cosas y aprender
más. Esto forma fuertes lazos entre padres e hijos y es la base del
desarrollo físico, social, lingüístico, cognitivo y psicomotor. Es el
modelo para todas las futuras relaciones con amigos, compañeros e incluso con
sus propios hijos. Sucede de una manera tan natural en la mayoría de las
familias, que ni siquiera lo notamos. La mayoría no nos damos
cuenta de su importancia para el desarrollo humano y para el de una sociedad
sana. Sólo cuando falla empezamos a entender la importancia de la
familia para los niños.
En agosto de 1993 tuve por
primera vez la oportunidad de ver, a gran escala, el impacto en los
niños de la reclusión y la ausencia de los padres. Algunos recordamos
los informes periodísticos procedentes de Rumanía tras la revolución de
1989, cuando vimos con horror las condiciones de algunas
instituciones. El director de una gran institución me pidió que lo
ayudara a prevenir la separación de los niños de sus
familias. Ceausescu confinó a 550 bebés en un orfanato, y me dijeron
que las condiciones eran ahora mejores. Tenía mucha experiencia con niños
pequeños y esperaba encontrar un gran alboroto, pero había un
silencio conventual. Era increíble creerse que hubiera niños. El
director me mostró, salones y salones llenos de filas y filas de
cunas, cada una con un niño acostado mirando al vacío. En una sala
con 40 recién nacidos, ninguno lloraba. Se veían pañales sucios y se
notaba que algunos estaban angustiados, pero el único ruido era un suave y
continuo quejido. La enfermera jefe me dijo orgullosa: "Como
puede ver, nuestros niños se portan muy bien". En los siguientes días
empecé a darme cuenta de que este silencio no era excepcional. Los
bebés nuevos lloraban las primeras horas, pero como no recibían atención,
al final aprendían a no molestar. A los pocos días estaban apáticos,
aletargados, mirando al vacío como los otros.
Muchas personas e informes
periodísticos culpan al personal de las instituciones por el daño que
les causan, pero a menudo una sola persona tiene que cuidar a 10, 20 o
hasta 40 niños. Así, no tienen otra opción que imponer un programa
estricto. Hay que despertarlos a las 7 y darles de comer a las
7:30. A las 8 hay que cambiar pañales. El encargado tiene solo 30
minutos para alimentar a 10 o 20 niños. Si uno ensucia su pañal a las
8:30, tendrá que esperar varias horas a que lo cambien. El contacto
diario con otra persona se reduce a unos pocos minutos mientras lo alimentan
y lo cambian. Los otros estímulos que encuentra son el techo, las
paredes y los barrotes de la cuna.

Cuando dejan la institución, no
es fácil para ellos desenvolverse e integrarse en la sociedad. En
Moldavia, las jóvenes que crecieron en instituciones tienen 10 veces más
probabilidades de ser vendidas. Un estudio ruso mostró que 2 años después
de dejar la institución, el 20% de los jóvenes ya tenía antecedentes penales, el
14% estaba en la prostitución y el 10% se había suicidado.
Entonces, ¿por qué hay tantos
orfanatos en Europa, cuando no ha habido grandes guerras ni desastres
últimamente? En verdad, el 95% de esos niños tienen padres con
vida. La sociedad culpa a esos padres por abandonar a sus hijos, pero
las investigaciones muestran que la mayoría los quisieran conservar, y que
las principales causas de la reclusión son la pobreza, la
discapacidad y la etnicidad. En muchos países no hay escuelas integradas y
se envía a los niños, aun con discapacidades muy leves, a internados
especiales a los 6 ó 7 años. La institución puede estar a cientos de
kilómetros del hogar. Si se trata de una familia pobre, no es fácil
visitarlos y poco a poco se quiebra la relación.
Tras cada uno de
estos niños, usualmente hay una historia de padres desesperados
que sienten que no tienen otra opción. Como Natalia, en Moldavia, que
sólo tenía dinero para alimentar a su bebé y por eso tuvo que enviar al
mayor a una institución. O Desi, en Bulgaria, que cuidaba de sus 4
hijos en casa, hasta que murió su esposo. Entonces tuvo que salir a
trabajar a tiempo completo, sin ningún otro respaldo. Sintió que no tenía
más alternativa que dejar a su hijo discapacitado en una institución. O
las incontables jovencitas que aterradas de contarle a sus padres su
embarazo, dejan a sus hijos en el hospital. O los nuevos padres, parejas
jóvenes que descubren que su primer hijo tiene una discapacidad y, en
lugar de darles información positiva sobre el potencial de su hijo, hay médicos
que les dicen: "Olvídense. Déjenlo en una institución. Vayan a
casa y produzcan uno sano".
No tiene que ser así, no es
inevitable. Todo niño tiene derecho a una familia. Merece y
necesita una familia. Y son increíblemente capaces de adaptarse. Hemos
visto que, si se sacan pronto de las instituciones y se llevan a familias
afectuosas, se recuperan de sus retrasos de desarrollo y logran tener
vidas normales y felices. También es mucho menos costoso darle apoyo a las
familias que sostener las instituciones. Un estudio sugiere que el
sustento en una familia cuesta el 10% de lo que vale en una
institución. Y en un buen hogar sustituto cuesta aproximadamente el
30%. Si se invierte menos en esos niños, pero en los servicios
adecuados, podremos reinvertir la suma ahorrada en cuidados de alta
calidad en hogares para aquellos niños con necesidades especialmente
complejas.
En toda Europa hay un movimiento
creciente para cambiar el enfoque y transferir los recursos de las grandes
instituciones que proporcionan cuidados deficientes, a servicios
comunitarios para proteger a los niños y permitirles desarrollar todo su
potencial. Cuando empecé a trabajar en Rumanía, hace 20 años, había 200.000
niños en instituciones, y cada día llegaban más. Ahora hay menos de
10,000 y en todo el país hay programas de apoyo familiar. En
Moldavia, a pesar de la extrema pobreza y los terribles efectos de la
crisis económica mundial, el número de niños en instituciones se ha
reducido en más del 50% en los últimos 5 años y los recursos se
redistribuyen para el apoyo a las familias y a escuelas integradas. Muchos
países han adoptado planes de acción para el cambio. La Comisión Europea y
otros grandes donantes están encontrando la manera de desviar los fondos
de las instituciones hacia el apoyo a las familias, empoderando a las
comunidades para que cuiden de sus propios niños.

Esta es una forma de abuso de
menores que juntos podremos erradicar en nuestra época.
fuente: www. Ted.com
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Muy de acuerdo con la autora de este artículo en cuanto a que, en la gran mayoría de los casos, la institucionalización puede ser evitada y superada con el fortalecimiento familiar y comunitario. Un Servicio Nacional para las Familias.
ResponderEliminarMe gustaría adopta un.par de niños para ayudarlos a vivir la vida
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