martes, 29 de agosto de 2017

…y entonces supe que era adoptado




Tres adultos comparten el recuerdo de cuando se enteraron, siendo mayores, que habían sido adoptados y los efectos que supuso ello en sus vidas. Con su generoso testimonio pretenden animar a los padres adoptivos a revelar tempranamente a sus hijos sus propias historias y a vivir con la verdad.
Por Verónica Siredey
Edgardo
45 años, 2 hijos adoptivos
“La realidad sobre mi situación como hijo adoptado la supe en mi adolescencia alrededor de los 16 años. Fue algo fortuito y sucedió cuando me puse a revisar algunos documentos que mi mamá mantenía escondidos. Encontré fotos de su matrimonio en los que aparecía yo de al menos 3 años, inmediatamente me llamó la atención. Siempre creí haber nacido dentro del matrimonio”.
Al confrontar a su madre por esas fotos, ella le confesó que su padre no era el biológico. Esto no lo sorprendió realmente, ya lo había sospechado por la gran diferencia física existente entre ambos. Lo que estaba más allá de sus sospechas era que su madre tampoco fuera su progenitora.
“Todo esto se sumó a la edad que estaba viviendo, cambios e incertidumbres en mi adolescencia me generaron una gran inestabilidad e inseguridad que me costó bastante superar. Me tomó unos meses volver a llevar una vida normal con mis papás, porque la sensación que tuve es como si me hubieran quitado el piso; no estaba seguro de nada e incluso no tenía claro quién era yo”.
Al poco tiempo comienza a emerger en Edgardo la necesidad de conocer a su familia biológica, sin embargo decidió no ir a buscarlos, pese a descubrir rápidamente la identidad de ambos progenitores. “Ambos estaban casados con diferentes parejas y tenían hijos, y revelar mi identidad podría haber provocado un verdadero terremoto en los cimientos de estas familias. Decidí posponer este encuentro. Entonces, cuando tenía 31 años, una vida profesional y situación personal más estable y contando con el apoyo de mi novia (quien hoy es mi esposa), viajé al Sur a conocer a mi padre, quien no sabía de mi existencia”.
La recepción que le dio su padre biológico lo sorprendió gratamente. “Después de su incredulidad y asombro inicial, me creyó y me abrazó emocionado y, en vez de mantener esta situación en privado, dio a conocer de mi existencia a su señora e hijas. Su mujer me aceptó de inmediato, a mis nuevas hermanas les costó un poco más debido a que ellas eran niñas. Sorprendentemente hoy son muy preocupadas de mí y de mi familia. Nos escribimos continuamente y demuestran constante preocupación por nosotros; la verdad es que creo que gané una nueva familia”.
Con su madre biológica la opción fue distinta para él: “Respecto a mi progenitora, quien realmente es hermana de mi madre, la conozco desde pequeño, sin embargo nunca noté mayor cercanía de su parte ni un cariño especial, por lo que nuestra relación no cambió mayormente. Nadie de su familia sabe nada hasta el día de hoy y la verdad es que no tenemos mucho contacto, ella vive en el sur y yo en Santiago”.
Una vez aclarada su historia de origen, Edgardo mantiene una relación normal con todos sus familiares: “Mis sentimientos hacia mis padres no cambiaron en absoluto, ellos siguen y seguirán siendo mis padres, porque siento que los lazos que formamos en el diario vivir son muy fuertes y el cariño no está ligado a los lazos sanguíneos. Lo impredecible de la vida llevó a que yo no pudiese tener hijos biológicos. Ante esta situación, le dije a mi señora que la opción que ella quisiera en relación con tener hijos, la haríamos… ella quiso la adopción”.
La familia que ha formado da cuenta de una nueva etapa en su vida, que integra su historia y repara su experiencia. “Hoy somos padres de dos niños maravillosos que amamos más que a nada en el mundo. Ellos saben su realidad desde pequeños y si hacen preguntas les respondemos con la verdad y de manera que ellos puedan entender. Lo importante para nosotros es que ellos sepan que son fruto del amor, un amor intenso. Nosotros decidimos que supieran su historia desde pequeños para evitar un trauma mayor al enterarse cuando grandes. Como padre, no deseo que sufran lo que me tocó a mí en la adolescencia”.
Fernanda
38 años, 4 hijos
“Mis papás eran mucho mayores que yo. Con mi mamá, por ejemplo, tengo casi 50 años de diferencia. Mi papá murió cuando yo tenía 7 años, después de una enfermedad muy larga, así que nos quedamos las dos solas. Tengo más hermanos, pero a esas alturas estaban todos casados. Son mucho más grandes que yo, con la menor nos separan 20 años; podría ser hija de cualquiera de ellos”.
Fernanda supo que era adoptada después de haber tenido a su primer hijo y con 20 años de edad. Alguien pensó que estaba enterada y se lo comunicó sin ninguna preparación. ”Mi mamá estaba de viaje y nadie de mi familia estuvo dispuesto a explicarme nada. Y así es hasta el día de hoy, no tengo idea de nada porque mi mamá se niega a hablar y mis hermanos también. Hay como un pacto de silencio”.
Lo único que le dijeron es que sus papás tenían unos amigos en Perú que querían adoptar una niñita chilena. “No sé ni siquiera si esto era legal o no. La cosa es que me encontraron y mis papás me tuvieron mientras llegaban a buscarme estos amigos. Pero en la espera mi papá dijo que no, que les iban a buscar a otra niña a ellos y que se iban a quedar conmigo. Fue como amor a primera vista. Yo tenía 2 ó 3 días cuando llegué”.
“Fue impactante enterarme de esto, porque en realidad nunca me lo esperé. Yo pensaba que mi familia era rara y nada que ver con el resto de las familias, pero nada más. Sólo me acuerdo que una vez cuando era chica y luego de una pelea con mi mamá -nos llevábamos muy mal-, busqué la libreta de familia. La busqué porque encontraba que todo era tan raro, tenía una sensación como de que no pertenecía, no era que me sintiera más o menos querida, es algo que no sabría explicar. Pero quedó en eso; como en la libreta yo aparecía como hija, no busqué más”.
Al enterarse, Fernanda sintió la necesidad de contarlo a todos los que la rodeaban, pero fue una experiencia compleja y difícil. “El resto no sabe cómo reaccionar y en general tienden a negarlo, dicen: ‘¡Pero cómo, si te quieren tanto!’. Pareciera que uno está haciendo una crítica, siendo malagradecida. Eso hizo que yo me fuera para dentro, me cerré, porque en el fondo nadie te quiere escuchar, todos se ponen en el lugar de los que te adoptaron, no en el tuyo”.
“Yo nunca he puesto en duda el amor de mi familia, ni menos el que yo les tengo a ellos. Es otra cosa. Es que uno finalmente no sabe de dónde viene… quedé como volando. Crecí pensando una cosa y resulta que era otra. Finalmente, no tenía ningún tipo de raíz. ¡Si yo no sé ni cómo llegué acá!“

“Cada vez que trato de hablar de esto con mi mamá ella se enferma, sólo me dice que yo soy su hija del corazón. Yo sé que es verdad y creo que tengo una relación mucho más cercana con ella que la que tuvieron mis hermanos. Incluso después de que me casé, viví siete años más con ella y la voy a ver todos los días. Yo sé que me quiere a mí y a mis hijos. Ese no es el punto. El punto es que ni ella ni mis hermanos entienden cómo yo me siento”.
“En un momento me dio por buscar a mi mamá biológica, porque uno pasa por distintos períodos, pero ya no. En realidad, es como un temor al rechazo”.
“Yo diría que el cariño no cambió con mi mamá y mis hermanos, pero tomé distancia. Con mis hermanos tenemos una diferencia de edad importante, no nos vemos mucho, y hemos tenido peleas importantes, pero yo me siento parte de esta familia y saber de la adopción no cambió eso”.
“Aunque la gente diga que hoy la adopción es más natural, yo pienso que no. Hay miedo de parte de los papás, susto a que su hijo vaya a ser discriminado. Pero eso, en realidad, va en directa relación de cómo tú lo manejes como papá”.
“Ahora que mi mamá está mayor, siento que se acerca el momento de cerrar un ciclo. Yo sé que llegué a la vida de mi mamá en una ocasión fundamental, que era cuando mi papá se enfermó. Él pasaba mucho tiempo en la clínica y después volvía, así que siempre estábamos solas las dos. Hasta que él no volvió más… Tampoco me dijeron que había muerto, lo deduje porque nos cambiamos de casa y de colegio. Mi mamá casi se volvió loca, yo creo que si yo no hubiera estado, ella se habría muerto de pena. Creo que llegué en un momento en que mi mamá me necesitaba para seguir adelante”.
Graciela
46 años, 2 hijos
Los recuerdos de infancia que guarda Graciela no son muy felices. “Cualquier insolencia, desorden o acontecimiento simple y común en la infancia, como el quebrar un vaso, provocaban el enojo de mi madre. Esto ocurría muy a menudo”. Gritos, peleas y castigos fueron la tónica de esos años que vivió junto a sus tres hermanos; una época en la cual se acostumbró a escuchar frases del tipo “si pudiera, los devolvería”, pero a las cuales no les prestó mucha atención sino hasta mayor.
Su papá era un almirante de la Marina norteamericana y veterano de la Segunda Guerra Mundial; su mamá, una chilena a la que conoció durante una visita a nuestro país. Se casaron y se fueron a vivir a Nueva York, pero no pudieron tener hijos; en ese tiempo pudieron viajar y darse una buena vida.
“Yo pienso que fue mi papá el que en realidad quería adoptar y convenció a mi mamá, porque ella nunca fue muy maternal, de piel, de expresarte afecto”.
En ese ambiente creció, hasta que un día, a los 17 años, encontró lo que le pareció la pieza que faltaba. “Mis papás se iban de viaje por una semana, y recuerdo que se produjo una discusión entre ellos la noche antes de partir. Era algo común; siempre peleaban y nosotros escuchábamos. Esa vez mi mamá dijo algo que solíamos escuchar reiteradamente: ‘Déjense de intrusear en mis cosas. Algún día se van a encontrar con algo que no les va a gustar’”.
A esa edad, fue como una invitación a hacerlo. Bastó que se fueran al día siguiente para que junto a su hermano mellizo se encaramaran a ver qué era lo que no podían saber. “Mi mamá siempre nos amenazaba de algún modo con esto, no lo tenía bajo llave ni nada, parecía como si quisiera que supiéramos que estaba ahí a nuestro alcance”. Ahí había un portafolio y al abrirlo se encontraron con la información de que los cuatro hermanos habían sido adoptados en el extranjero: tres en Austria y uno en Grecia, y que su supuesto hermano mellizo era en realidad dos meses mayor que ella.
Lo que vino entonces para Graciela es un misterio. “Tengo lagunas inmensas. No recuerdo mi reacción inmediata, no recuerdo haber conversado con mi hermano, ni con los otros, no sé si fui al colegio esa semana o si lloré… Sólo sé que nunca hablamos con mis padres de esto”.
Encontró apoyo en su pololo, con quien se casó tres años después. Tuvieron dos hijos y a los cinco años se separó. Ese fue el quiebre definitivo en la relación con su mamá: “Mi padre había muerto recientemente. Nunca recibí apoyo de mi madre. Pienso que me condenó o aprovechó mi fracaso matrimonial para poner fin a un lazo de madre e hija que nunca cultivó”.

Graciela habla de las repercusiones en su vida: “Soy una persona a la que le cuesta tener raíces. La relación con mis papás fue siempre distante, siendo yo la regalona de mi padre. Además, vivimos mucho tiempo fuera, en Estados Unidos, en Argentina… Todo eso te impide generar vínculos, lazos muy profundos. Yo soy muy de piel y nunca tuve ese tipo de afecto, y hasta el día de hoy me cuesta que me abracen o me demuestren cariño, sobre todo la gente mayor”.

Una persona fundamental en su vida es su actual pareja, junto a quien lleva casi 20 años: “ha sido el mejor regalo de mi vida, me siento protegida y regaloneada. Él, con su familia, llena el enorme vacío familiar que yo llevo”.
“Mis dos hijos, aunque no viven hoy conmigo, son mi motivación, por quienes lucho a diario para que nunca se sientan solos y sin apoyo en los errores que puedan cometer. Y también tengo grandes amigas, que han estado a mi lado en los momentos difíciles, que no han sido pocos”.
La búsqueda
“El haber descubierto la verdad, más que preguntas, nos entregó respuestas. Y la búsqueda de mi mamá biológica no fue inmediata, el tema que me rondó durante más de diez años antes de enfrentarlo. Es como un proceso y se pasa por períodos o etapas, a veces te da por investigar y cuando estás cerca de encontrar algo, te arrepientes y retrocedes”.
Graciela logró contactarla cuando ya tenía 38 años. “Mi hermana había encontrado a su mamá y sabia los pasos a seguir, lo que hizo mi búsqueda más sencilla, sin embargo, no fue lo que esperaba. Uno se lo imagina como en las películas, con un gran abrazo y una conversación larga que te pueda dar respuestas. Pero ninguna de las dos cosas sucedió. Ella vino a Chile y luego yo viajé con mis dos hijos a Austria por tres semanas, pero mi relación con ella fue como la que hubiera tenido con cualquier guía turístico”.
“Todo lo que sé ha sido a través de la nuera de mi mamá biológica, quien me contó que yo nací cuando ella tenía 16 años. Me dejó en un hogar, donde me fueron a buscar mis papás adoptivos. Ellos en realidad habían ido a buscar a mi hermano, que había nacido en julio, y entonces me vieron. Como yo nací en septiembre, decidieron adoptarnos a los dos y criarnos como mellizos”.
“Mantuve contacto con mi mamá biológica durante un año y medio, pero la relación se empezó a diluir. Hace casi diez años que no sé de ella. Tampoco de mi mamá adoptiva”.

“La adopción es un tema en mi vida que ya asumí como propio. Hoy sigo celebrando mi cumpleaños en julio, como lo he hecho toda la vida y como lo habría seguido haciendo si no hubiera descubierto la verdad”.
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