miércoles, 16 de agosto de 2017

Primera adaptación y miedo, mucho miedo


Por Mulyo Naby
¿Alguna vez os habéis preguntado cómo se siente un niño o una niña que llega a una casa por primera vez, tanto si es una adopción como una acogida temporal? ¿Habéis pensado qué es lo que realmente pasa por su mente? Es relativamente sencillo pensar que el pequeño estará contento, que por fin tiene una familia y un lugar al que llamar hogar, pero la realidad es muy diferente.
Es inevitable que un niño o niña que llega a casa de unos desconocidos tras pasar un tiempo en un centro de acogida sienta miedo al abandono, y ese miedo es proporcional a la edad y al tiempo que haya estado sin familia. Es proporcional en el sentido que cuanto mayor sea el niño, y más consciente sea de lo que ocurre, mayor será su miedo a que las cosas no salgan bien y sea devuelto al centro de acogida, ese miedo evidentemente en bebes o niños muy pequeños no ocurre. Yo no puedo hablar por los demás, cada persona vive las cosas de un modo muy diferente al resto, pero sí puedo hablar por mí, que lo viví en primera persona.
Yo llegué a casa con casi 9 años, tras más de 5 en un internado, y separándome por primera vez de mis hermanos, hasta entonces habíamos estado una temporada con nuestra familia biológica, cuando yo tenía 3 añitos nos llevaron a un centro de acogida, y entre medias fuimos llevados con un matrimonio que al poco tiempo se arrepintió y nos devolvió. Como consecuencia de esto último, Servicios Sociales nos dio a elegir entre ir los 3 juntos o ir por separado, para tener más opción a ser adoptados, y así lo hicimos. Sí, aunque parezca extraño, nos dieron a elegir a nosotros, siendo unos niños muy pequeños, entonces yo tendría entre 6 y 7 años…
Y de repente un día yo me encuentro allí, en casa de un matrimonio al que había visto en 3 ó 4 ocasiones, que pretendían ser “mis padres”, sin saber dónde estaban mis hermanos, y sin saber si volvería a ver a mi madre biológica, a la que entonces, aun sabiendo gran parte de la verdad, no podía evitar sentir por ella una adoración, siendo yo incapaz de reconocer todo el daño que nos había hecho tanto por acción como por omisión. La realidad que yo conocía no tenía nada que ver con aquello, me sentía completamente sola y desprotegida, en casa de unos desconocidos por los que sólo era capaz de sentir odio, a fin de cuentas, para mí eran los responsables de separarme de la que entonces consideraba que era mi familia. El sentimiento de vacío era inmenso, lejos de toda referencia emocional, de las personas que hasta entonces habían sido mis cuidadores, en un lugar completamente desconocido…  Si pasar por una situación así es demasiado para la integridad emocional adulto, imaginad lo que supone para un niño pequeño, confuso, que no acaba de entender lo que está pasando, que no termina de asimilar por qué su familia biológica no está con él, que en muchas situaciones se cree el culpable de su situación…
Mi actitud no dejaba de ser hostil, no quería saber nada de ellos, a mi padre directamente le ignoraba y a mi madre le hacia la vida imposible. Lo mismo un día le decía que no tenía derecho a decirme lo que debía hacer, que ella no era mi madre, como otro día me daba cabezazos contra la pared de pura rabia, cuando ya no me quedaba más remedio que obedecerla. Sin embargo, otra parte de mí estaba habituada a una serie de normas más normales para un centro, un internado y demás, cosas como pedir permiso para poder ir al cuarto de baño o levantar la mano para hablar.
La adaptación no fue nada fácil para nadie, ni cosa de unos días o meses como muchas veces quieren hacer creer. Hizo falta varios años y varios psicólogos y psiquiatras, que ayudaran tanto a mis padres a saber cómo llevar ellos las riendas de la casa y para enseñarles a guiarme a mí, y también fueron imprescindibles para ayudarme muchísimo a mí, a ver la realidad existente, y no la película que tenía montada yo en mi cabeza, a asumir y aceptar que todo lo que sabía era cierto y debía pasar página, y sobre todo, ayudarme a aceptar que mis padres no estaban ahí para hacerme daño, ni para separarme de nadie, que sólo querían darme una hogar y una vida mejor.
Con todo esto quiero decir que una adopción de un niño más mayorcito no es fácil, pero no sólo para los adoptantes, que a fin de cuentas son adultos y son ellos los que han tomado la decisión de llevar a cabo esa adopción, que muchas veces tendemos a pensar en las dificultades que tiene acoger a un niño que ya tiene su identidad, sus manías y demás, porque hay que reeducarlo, pero no nos paramos a pensar en todo el trasfondo que tiene para nosotros, que conocimos una realidad de la que nos separan de un modo abrupto, sin que pudiéramos decidir cuándo, cómo, ni con quién, que en muchas ocasiones teníamos un apego tóxico hacia nuestra familia biológica, que aunque parte de nuestra mente sabía que era perjudicial para nosotros, no dejaba de ser la única familia que conocíamos, y de un modo dañino, nos aportaba algo de seguridad.
Yo pasé por esto, y por eso creo que son niños que necesitan mucho tiempo para aceptar lo que dejan atrás, ya tendrán tiempo para asumir la verdad. Necesitan tiempo para reconocer a su nueva familia como una aliado y no como el enemigo, y necesitan mucha comprensión por parte de todos los que les rodean, necesitan que comprendamos que se sienten muy inseguros, porque lo más probable es que no conozcan la sensación de seguridad que aporta tener una familia y un hogar, y eso descoloca, y mucho y son muchas cosas a las que se tienen que adaptar, y muchas cosas que tienen que aprender.
fuente: lasalasdenabi.wordpress.com
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