Por Mulyo Naby
¿Alguna vez os habéis preguntado cómo se siente un
niño o una niña que llega a una casa por primera vez, tanto si es una adopción
como una acogida temporal? ¿Habéis pensado qué es lo que realmente pasa por su
mente? Es relativamente sencillo pensar que el pequeño estará contento, que por
fin tiene una familia y un lugar al que llamar hogar, pero la realidad es muy
diferente.
Es
inevitable que un niño o niña que llega a casa de unos desconocidos tras pasar
un tiempo en un centro de acogida sienta miedo al abandono, y ese miedo es
proporcional a la edad y al tiempo que haya estado sin familia. Es proporcional
en el sentido que cuanto mayor sea el niño, y más consciente sea de lo que
ocurre, mayor será su miedo a que las cosas no salgan bien y sea devuelto al
centro de acogida, ese miedo evidentemente en bebes o niños muy pequeños no
ocurre. Yo no puedo hablar por los demás, cada persona vive las cosas de un
modo muy diferente al resto, pero sí puedo hablar por mí, que lo viví en
primera persona.
Yo
llegué a casa con casi 9 años, tras más de 5 en un internado, y separándome por
primera vez de mis hermanos, hasta entonces habíamos estado una temporada con
nuestra familia biológica, cuando yo tenía 3 añitos nos llevaron a un centro de
acogida, y entre medias fuimos llevados con un matrimonio que al poco tiempo se
arrepintió y nos devolvió. Como consecuencia de esto último, Servicios Sociales
nos dio a elegir entre ir los 3 juntos o ir por separado, para tener más opción
a ser adoptados, y así lo hicimos. Sí, aunque parezca extraño, nos dieron a
elegir a nosotros, siendo unos niños muy pequeños, entonces yo tendría entre 6
y 7 años…
Y
de repente un día yo me encuentro allí, en casa de un matrimonio al que había
visto en 3 ó 4 ocasiones, que pretendían ser “mis padres”, sin saber dónde
estaban mis hermanos, y sin saber si volvería a ver a mi madre biológica, a la
que entonces, aun sabiendo gran parte de la verdad, no podía evitar sentir por
ella una adoración, siendo yo incapaz de reconocer todo el daño que nos había
hecho tanto por acción como por omisión. La realidad que yo conocía no tenía
nada que ver con aquello, me sentía completamente sola y desprotegida, en casa
de unos desconocidos por los que sólo era capaz de sentir odio, a fin de
cuentas, para mí eran los responsables de separarme de la que entonces
consideraba que era mi familia. El sentimiento de vacío era inmenso, lejos de
toda referencia emocional, de las personas que hasta entonces habían sido mis
cuidadores, en un lugar completamente desconocido… Si pasar por una
situación así es demasiado para la integridad emocional adulto, imaginad lo que
supone para un niño pequeño, confuso, que no acaba de entender lo que está
pasando, que no termina de asimilar por qué su familia biológica no está con él,
que en muchas situaciones se cree el culpable de su situación…
Mi
actitud no dejaba de ser hostil, no quería saber nada de ellos, a mi padre
directamente le ignoraba y a mi madre le hacia la vida imposible. Lo mismo un
día le decía que no tenía derecho a decirme lo que debía hacer, que ella no
era mi madre, como otro día me daba cabezazos contra la pared de pura rabia,
cuando ya no me quedaba más remedio que obedecerla. Sin embargo, otra parte de
mí estaba habituada a una serie de normas más normales para un centro, un
internado y demás, cosas como pedir permiso para poder ir al cuarto de baño o
levantar la mano para hablar.
La
adaptación no fue nada fácil para nadie, ni cosa de unos días o meses como
muchas veces quieren hacer creer. Hizo falta varios años y varios psicólogos y
psiquiatras, que ayudaran tanto a mis padres a saber cómo llevar ellos las
riendas de la casa y para enseñarles a guiarme a mí, y también fueron
imprescindibles para ayudarme muchísimo a mí, a ver la realidad existente, y no
la película que tenía montada yo en mi cabeza, a asumir y aceptar que todo lo
que sabía era cierto y debía pasar página, y sobre todo, ayudarme a aceptar que
mis padres no estaban ahí para hacerme daño, ni para separarme de nadie, que
sólo querían darme una hogar y una vida mejor.
Con
todo esto quiero decir que una adopción de un niño más mayorcito no es fácil,
pero no sólo para los adoptantes, que a fin de cuentas son adultos y son ellos
los que han tomado la decisión de llevar a cabo esa adopción, que muchas veces
tendemos a pensar en las dificultades que tiene acoger a un niño que ya tiene
su identidad, sus manías y demás, porque hay que reeducarlo, pero no nos
paramos a pensar en todo el trasfondo que tiene para nosotros, que
conocimos una realidad de la que nos separan de un modo abrupto, sin
que pudiéramos decidir cuándo, cómo, ni con quién, que en muchas ocasiones
teníamos un apego tóxico hacia nuestra familia biológica, que aunque parte
de nuestra mente sabía que era perjudicial para nosotros, no dejaba
de ser la única familia que conocíamos, y de un modo dañino, nos aportaba
algo de seguridad.
Yo
pasé por esto, y por eso creo que son niños que necesitan mucho tiempo para
aceptar lo que dejan atrás, ya tendrán tiempo para asumir la verdad. Necesitan
tiempo para reconocer a su nueva familia como una aliado y no como el enemigo, y
necesitan mucha comprensión por parte de todos los que les rodean, necesitan
que comprendamos que se sienten muy inseguros, porque lo más probable es que no
conozcan la sensación de seguridad que aporta tener una familia y un hogar, y
eso descoloca, y mucho y son muchas cosas a las que se tienen que adaptar, y
muchas cosas que tienen que aprender.
fuente: lasalasdenabi.wordpress.com
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