Instituto
Familia y Adopción
Según los expertos, la mayoría de los niños/as adoptados logra una buena
adaptación, gracias, por una parte, a la capacidad de resiliencia del ser
humano, capaz de sobreponerse a experiencias muy traumáticas, y, por otra
parte, al papel reparador ejercido por las familias adoptivas. Así, distintos
estudios han comparado la calidad del apego en familias con niños/as adoptados
y en familias biológicas, sin encontrar diferencias significativas.
Sin embargo, hay que reconocer la existencia de una minoría que presenta
dificultades para establecer esta estrecha relación de confianza y cariño con
la familia adoptiva. El término con el que se conoce esta dificultad es
Trastorno Reactivo de Vinculación. Como su nombre indica, la dificultad para
vincularse se debe a una reacción como consecuencia de algo que el niño/a
experimentó en el pasado. La magnitud de la dificultad dependerá de la gravedad
del trauma que sufrió.
En términos generales, se puede decir que los niños/as que fueron
abandonados tempranamente pero a su vez fueron adoptados tempranamente no
presentan problemas en el apego respecto de niños criados con su familia
biológica.
En cambio, niños/as que fueron abandonados tempranamente y adoptados
tardíamente son los que tienen mayores dificultades en el apego y los que
mayores consecuencias para el desarrollo a posteriori presentan.
Causas
Todo niño o niña adoptado ha sufrido, al menos, el trauma de la
separación de la madre biológica, pero mientras la mayoría no tiene problemas
para vincularse con su familia adoptiva, otros sí los tienen. Es evidente que
si al primer abandono le sumamos negligencia emocional, desatención, abusos,
malos tratos o el paso por distintas instituciones y cuidadores, los efectos
negativos se agravarán.
Según los expertos, si en los primeros meses de vida del menor no se
estableció una relación estable con un cuidador/a maternal, aunque
posteriormente reciban el amor, la atención y los cuidados de la familia
adoptiva, en algunos casos, estos niños o niñas son incapaces de aceptarlo. A
consecuencia del daño sufrido en el pasado, no son capaces de aceptar el cariño
de su nueva familia.
En el desarrollo del cerebro, hay unos períodos óptimos de aprendizaje,
conocidos como “ventanas de oportunidad”, en los cuales las experiencias de
vinculación tienen que estar presentes para que los sistemas responsables del
apego, se desarrollen normalmente. Estas ventanas de oportunidad se abren a la
largo del primer año de vida y están asociados a la capacidad del bebé y su
cuidador, de manera óptima la madre, de desarrollar una relación interactiva
positiva.
Esta primera relación determina “el molde” biológico y emocional para
todas sus relaciones futuras. Un apego saludable a la madre, o en su defecto, a
un cuidador/a, construido de experiencias de vínculo repetitivas durante la
primera infancia, provee una base sólida para futuras relaciones saludables.
Por el contrario, problemas de vinculación y apego en esos momentos puede
resultar en una base biológica y emocional frágil para futuras relaciones.
A pesar del potencial con que todo ser humano nace para vincularse, es la
naturaleza, cantidad, patrón e intensidad de las experiencias en la vida
temprana lo que permite la expresión de ese potencial genético. Sin unos
cuidados predecibles, amorosos y sensorialmente ricos, el potencial del niño/a
para poder vincularse y crear un apego normal, no podrá materializarse. Los
sistemas del cerebro responsables de las relaciones emocionales no se desarrollarán
en forma óptima sin las experiencias oportunas en los momentos adecuados de la
vida.
Esto no quiere decir que pasados
esos períodos óptimos de aprendizaje sea imposible el establecimiento de una
vinculación saludable, y que los niños/as que hayan sufrido un abandono o
negligencia emocional importante en esta etapa de su vida no tengan esperanzas
de poder desarrollar relaciones normales. Lo que sí ocurre es que no surgen de
manera espontánea, sino que se requiere algún tipo de intervención, mediante
terapias y técnicas que les ayuden a establecer patrones de relación que, en su
momento, no se establecieron.
Fuera del período óptimo de aprendizaje, tanto para la vinculación
intrauterina, como para la vinculación postnatal, el proceso puede ser en
ocasiones, largo, difícil y frustrante dependiendo de la gravedad del abandono
o negligencia emocional que sufrieron, pero no es necesariamente imposible.
En realidad, al igual que se hacen controles médicos, sería positivo que también se hicieran
controles rutinarios sobre temas afectivo/emocionales de los menores adoptados,
porque como con cualquier problema, cuanto antes se detecte y se actúe, antes
se podrá solucionar. Las revisiones podrían hacerse a los seis meses de la
asignación y repetirse periódicamente cada cuatro o seis meses hasta que se
compruebe que el vínculo está adecuadamente establecido.
Si el ciclo del apego se rompió en su momento y no se consigue recomponer
en los inicios de la nueva experiencia adoptiva, según va pasando el tiempo, la
familia y, especialmente la madre, se va frustrando cada vez más, al sentirse
rechazada por el hijo/a, que se resiste a todos sus esfuerzos por darle cariño.
Con el paso del tiempo, muchas familias que empezaron llenos de amor e ilusión,
acaban derrotados, desalentados y resentidos, con lo cual las posibilidades de
superar el problema van decreciendo.
También es fundamental que se
acuda a un profesional que sea especialista en materia de adopción, porque
en caso contrario es frecuente que ese profesional termine por concluir que el
problema lo tiene la madre, porque el niño/a en la consulta se muestra simpático
y colaborador y el padre no ve tanto problema como la madre. Como consecuencia,
se considera que la que realmente necesita hacer terapia es la madre, con lo
cual el problema se agrava, porque la madre se siente cada vez más
incomprendida.
En realidad, es frecuente que el niño/a exteriorice los problemas,
especialmente, cuando esta sólo/a con la madre, por eso es esencial que la
familia conozca los síntomas principales.
Síntomas
Los síntomas de este trastorno se pueden clasificar de leve a grave, estando
directamente relacionado con la gravedad del trauma que lo originó. En
cualquier caso, necesitará tratamiento terapéutico para su superación.
Los síntomas pueden agruparse de la siguiente manera:
a. Dificultad en aceptar o buscar afecto y
contacto físico
No tienen sentimientos
amorosos, se resisten a que les cojan en brazos y cuando lo hacen se giran
hacia afuera, no toleran que les toquen ni siquiera ligeramente o les hagan
cosquillas, y menos que los abracen, etc. Evitan el contacto visual, prefieren al
padre antes que a la madre y son indiscriminadamente cariñosos con los
extraños.
El malestar hacia el
contacto físico podría ser también un síntoma de Disfunción de la Integración
Sensorial, que es frecuente en menores que han estado institucionalizados.
b. Necesitan tener el control
Esta necesidad viene
del miedo a volver a sufrir por ser tan indefensos como cuando eran bebés. Son
de carácter muy fuerte, mandones, disconformes, desobedientes e incluso,
desafiantes con las normas. Les cuesta empatizar con los demás.
c. Tienen problemas con la rabia
La pueden expresar
abiertamente, a través de rabietas, porque tienen poca tolerancia a la frustración,
o pueden dedicarse a frustrar y enfadar a los demás a través de conductas
pasivo-agresivas.
d. Tienen la conciencia poco desarrollada
No tienen
remordimientos, ni muestran arrepentimiento o culpa. En los casos más graves,
pueden estar totalmente ausentes, de forma que mienten, roban, son crueles con
los animales, sienten atracción por el fuego, etc., sin tener conciencia de las
consecuencias de sus actos ni mostrar arrepentimiento ante ellos.
e. Existe un problema de confianza mutua
No confían en sus
padres/madres y éstos no pueden confiar en ellos, puesto que el engaño forma
parte de su manera de vivir. La gravedad de estos problemas de confianza está
en relación directa con la severidad del trastorno. En algunos casos, cuando
son mayores, tienen que estar todas las cosas de valor bajo llave, ante el
temor de que lo vendan para conseguir dinero.
El catálogo completo de síntomas es muy variado, incluyendo desde
problemas con el sueño, hasta falta de pensamiento causa-efecto, problemas de
aprendizaje, tensión corporal crónica, alta tolerancia al dolor, etc.
En general, puede decirse que hay dos tipos de niños/as con problemas de
apego. Por una parte, están aquellos que son irascibles, que lloran
constantemente, inquietos, etc., y por otra parte, están aquellos que son
tranquilos, excesivamente independientes, que no protestan por nada y no
necesitan a nadie para jugar, etc.
En este segundo caso, al ser un niño/a demasiado fácil corre el riesgo de
ser menos evidente el problema, lo cual dificultará la resolución del mismo. En
el primer caso, un niño/a problemática, que obligue a la familia a una mayor
vigilancia, puede reparar el trastorno y mejorar el tejido del vínculo con
mayor facilidad. En cualquiera de los dos casos, el diagnóstico precoz y un
tratamiento adecuado son fundamentales.
Tratamiento
Los tratamientos individuales o de grupo con el niño/a no suelen ser muy
efectivos porque suelen mentir, negar y minimizar sus problemas. Sin la versión
de la familia, los niños pueden llegar a embaucar o manipular al terapeuta
porque suelen mostrarse muy amables y colaboradores con ellos, para no
enfrentar la situación.
La terapia familiar es más eficaz porque ayuda a los padres/madres a
entender por qué sus hijos/as actúan así, les ayuda a protegerse, evitando ser
victimizados, y pueden aprender a desarrollar sentimientos de empatía hacia
ellos.
En realidad, las familias que tienen hijos/as con Trastorno Reactivo de
Vinculación necesitan información y entrenamiento para saber cómo ser padres
terapéuticos. En este sentido, la Terapia de Contención y el Enfoque Cognitivo
de los Problemas de Conducta se han mostrado como dos herramientas muy útiles.
1 1. La Terapia de Contención
La Terapia de Contención es uno de los tratamientos que se ha mostrado
más eficaz en la superación de los problemas de vinculación. También se conoce
como Terapia del Abrazo Forzado. Esta terapia fue inicialmente usada en Nueva
York por Martha Welch para el trabajo con niños autistas, y posteriormente
desarrollada por Jirina Prekop. En el mundo de habla hispana ha sido
introducido por Laura Rincón Gallardo, psicoterapeuta mexicana que se formó con
Prekop en Alemania.
Como sabemos, la necesidad esencial del recién nacido es continuar pegado
a su madre, en una especie de embarazo externo, porque, comparado con el resto
de los mamíferos, el infante humano nace fisiológicamente inmaduro y es el que
más depende de la madre para sobrevivir.
En el caso de un niño/a adoptado, para quien esta experiencia no fue
posible, debido al abandono o a la negligencia emocional, la terapia de
contención le puede ayudar a crear con su nueva familia los lazos de
vinculación y apego que no pudo disfrutar en los inicios de su vida.
La Terapia de Contención no es un método educativo sino una terapia que,
en la medida que los padres/madres la practiquen, se convierte en una forma de
relación gracias a la cual los hijos/as aprenden, a través de un abrazo, que
puede ser llevado a cabo incluso en contra de su voluntad, para poder expresar
toda su ira, decepción, tristeza, etc., que en los brazos de su madre o de su
padre adoptivos, pueden recuperar el equilibrio interno que no pudieron
alcanzar en el momento óptimo para que esto ocurriera.
La terapia se realiza con la ayuda de un terapeuta, que previamente ha
entrenado y orientado a la madre o al padre, para que tome conciencia de los
conflictos personales que interfieren en las relaciones con su hijos/a. Después
del aprendizaje de la técnica, en compañía del terapeuta, pueden llevarla a
cabo en casa de manera independiente, en momentos de crisis o conflictos
importantes con sus hijo/a. Esta terapia se muestra como una herramienta muy
útil con niños/as hasta los diez años de edad.
Una vez que la madre (o en su defecto, el padre), se hayan preparado con el
terapeuta y se consideren capaces de llevar a cabo la primera sesión con su
hijo/a, se presentan con ropa cómoda a la sesión. Según la edad, se sientan o
se acuestan en una colchoneta, mirándose a los ojos. La madre lo abraza y
comienza una confrontación verbal en la que ella le dice al hijo/a las
conductas que a ella la enojan. Posteriormente, el niño le dice a ella lo
mismo, y después la madre lo abraza para sentir ambos la rabia con toda su
intensidad.
El terapeuta estimula la verbalización para que cada uno diga lo que le
enoja del otro. Con ciertas preguntas les ayuda a despertar, al mismo tiempo,
la empatía hacia el otro, con lo cual se favorece, no sólo la expresión de los
sentimientos, sino también el desarrollo del pensamiento lógico y la
comprensión.
En ese momento empiezan a recorrer juntos una serie de sentimientos, que inicia
con la rabia. Cuando se expresa esta rabia dentro de una proximidad física,
como es el abrazo, surgen los sentimientos que están debajo: la tristeza y el
miedo.
El niño/a empieza a aceptar a su madre, se apoya en ella, empieza a
sentirse aceptado y seguro para poder llorar las lágrimas de la tristeza que
sintió cuando, por ejemplo, fue llevado al orfanato, o la soledad que sintió
allí, o cómo vuelve a sentir esa soledad cuando ella lo manda a su habitación
siempre que se porta mal.
En la cercanía, el niño/a se siente cada vez más seguro y querido para
expresar también su miedo: el miedo más
inmenso y profundo de todos los miedos humanos, el que se siente cuando eres
abandonado por quien te dio la vida.
Sólo entonces, después de haber expresado todo el dolor acumulado, el
canal hacia el amor se va abriendo poco a poco. El proceso es más rápido en
unos casos que en otros y termina cuando ambos sienten alegría y un amor
renovado.
El proceso es doloroso, pero es la única forma de curar una herida.
Primero es necesario limpiarla a fondo y esto es lo que más duele. No es
posible sentir el amor plenamente si antes no se ha expresado toda la rabia y
dolor existente.
Al final, el niño/a y la madre se abrazan y besan profunda e intensamente
y la madre empieza a recordar y a contarle cómo lo esperaba, los preparativos
para el viaje, la primera vez que lo vio, etc. A los niños les encanta escuchar
esa parte de su historia, hacen preguntas, se ríen cuando le cuentan
situaciones graciosas que vivieron, etc.
El sentido de la terapia de contención es el acceso a la confrontación
emocional entre dos seres que se quieren, cuya relación se encuentra tan
lastimada que ningún otro tipo de confrontación podría ayudarlos.
2. Enfoque Cognitivo de los Problemas de
Conducta
Otra herramienta que proporciona información y entrenamiento para
convertirse en una familia terapéutica, es el abordaje de las conductas
desadaptativas desde un enfoque cognitivo. Este enfoque también proporciona a
los niños/as que sufren Trastorno Reactivo de Vinculación y a sus familias,
recursos necesarios para superar los problemas de relación que presentan.
Como hemos visto, si en los primeros meses de vida del menor no se
estableció una relación estable con un cuidador/a maternal, su personalidad se
verá dificultada en su formación, no sólo en lo afectivo, sino también en lo
cognitivo, en lo motor y en lo social, lo cual le provocará problemas
conductuales.
Estos niños han sido tradicionalmente poco entendidos. Con mucha
frecuencia han sido tachados de tozudos y caprichosos, productos de familias
con pautas educativas inconsistentes.
El enfoque tradicional del tratamiento de los llamados niños difíciles
parte del supuesto de que los niños se portan bien si quieren, porque con su
mala conducta lo que pretenden es llamar la atención o coaccionar a los adultos
para que cedan a sus deseos. El objetivo, por tanto, es inducir a los niños a
que obedezcan las instrucciones de los adultos, para lo cual se recomienda usar
un programa de recompensas y castigos con el fin de incentivarlos para mejorar
su conducta. Se trata de un enfoque reactivo para manejar las conductas
problemáticas después de que hayan ocurrido.
Sin embargo, cuando se parte de la base de que estos niños se portan bien
si pueden, porque sus problemas de conducta derivan del desarrollo deficitario
de ciertas habilidades, como la flexibilidad, la adaptabilidad, la tolerancia a
la frustración, etc., entonces el objetivo para mejorar sus problemas de
conducta pasa por el aprendizaje de las habilidades cognitivas y emocionales de
las que carecen.
Según este planteamiento, propuesto por R.W. Greene, Profesor Asociado de
Psicología en el Departamento de Psiquiatría de la Escuela Médica de Harvard,
los adultos son parte de la solución del problema de estos niños, estableciendo
en primer lugar relaciones positivas con ellos, a través de la empatía y,
después, entrenándolos en las habilidades necesarias para establecer relaciones
adecuadas y que, en su momento, no se estimularon adecuadamente en las zonas
cerebrales correspondientes.
Así, cuando surge una conducta disruptiva o desadaptativa, empieza el
abordaje terapéutico, entendiéndose que esta conducta surge cuando las demandas
cognitivas superan las posibilidades del niño/a para responder de forma
adaptativa, de forma que esa conducta no
se entiende como intencional ni como manipuladora del adulto para que ceda a
los deseos del menor.
Hay cinco áreas de habilidades cognitivas, cuya ausencia frecuentemente
desemboca en conductas conflictivas:
a. Habilidades de las Funciones Ejecutivas
Son las habilidades que
nos permiten tener un pensamiento claro, organizado y reflexivo en medio de la
frustración. Cuando faltan estas habilidades los niños tienen problemas para
cambiar de actividad, para ver y anticipar las consecuencias de sus accione,
etc.
b. Habilidades del Lenguaje
La habilidad para
solventar problemas es básicamente una habilidad lingüística, ya que estas
habilidades nos permiten delimitar el problema, comunicarlo y resolverlo.
Los niños/as con
déficit en estas habilidades tienen un vocabulario mínimo para nombrar las
emociones, articular sus necesidades y buscar soluciones.
c. Habilidades para Regular las Emociones
Se trata de las
habilidades cognitivas que usamos para controlar las emociones. Lo que
caracteriza a los niños/as que tienen dificultades en esta área son la
irritabilidad, el cansancio, la agitación y la ansiedad. Estos estados crónicos
dificultan el manejo de la frustración.
d. Habilidades de Flexibilidad Cognitiva
Los niños/as que tienen
dificultad en esta área son literales y concretos en su pensamiento. Se
encuentran totalmente perdidos cuando las cosas no salen como esperaban, por
eso tienen grandes dificultades en el aspecto social, ya que, en esta área, se
requiere mucha habilidad para manejarse con los matices.
e. Habilidades Sociales
Los niños/as que tienen
déficit en esta área tienen una percepción pobre de las consecuencias que
tienen sus acciones en los demás. Por otra parte, tienen pocas habilidades para
empezar una conversación o entrar en un grupo.
Por tanto, desde este enfoque, el
problema conductual debe contemplarse como un trastorno del aprendizaje
centrado en una disfunción cognitiva. Está, pues, muy vinculado al lenguaje
interno, control de las emociones, motivación y, en definitiva al aprendizaje
del comportamiento. Por tanto, este enfoque se centra más en la cognición que
en la conducta, y en consecuencia, el abordaje de la conducta disruptiva parte
de la premisa de que el niño/a puede alcanzar una conducta adaptativa si
dispone de las habilidades necesarias.
Este abordaje de las conductas disruptivas también enfatiza que la
regulación de las emociones, la tolerancia a la frustración y la habilidad para
enfrentarse a los problemas, no se desarrollan por parte del niño/a de manera
independiente, sino que dependen, en gran parte, de la manera y de los modelos
usados por los adultos para enseñar a los niños/as.
Desde este enfoque, el resultado de la conducta depende del grado de
compatibilidad entre el adulto y el niño/a. La compatibilidad entre las
características de cada uno de los componentes de la relación tiene
implicaciones importantes a la hora de reducir las conductas desadaptativas.
Por tanto, el primer objetivo es resolver aquellos puntos en los que se
observan incompatibilidades entre las dos partes, para posteriormente mostrarse
empático, definir el problema e invitar al niño/a a encontrar una solución que
sea satisfactoria para ambas partes. La empatía facilita que los dos conserven
la calma, la definición del problema asegura que la preocupación del niño/a
queda clara y la búsqueda de la solución permite que el proceso sea lo
importante y no quien “gana”.
El objetivo fundamental de este enfoque es colaborar de forma efectiva
con el niño/a para resolver aquellos problemas o situaciones que desembocan en
conductas disruptivas por falta de las habilidades cognitivas adecuadas. Con
este enfoque se potencia la resolución de los conflictos a través de la
empatía, el lenguaje y la negociación, de forma que se favorecen los mecanismos
de vinculación.
fuente: www.serfamiliaporadopcion.org
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