por Valeria Sabater
Un padre también entiende de crianza con apego y disfruta de esa cercanía
cotidiana donde conferir afectos, mimos y canciones de cuna. También nutre,
aunque no pueda dar el pecho, también él pasa las noches en vela, ríe, sufre y
se preocupa de ese niño que forma parte de su ser, aunque no haya crecido en su
interior.
Los cambios asociados a los férreos roles de género están cambiando y eso
es algo que sin duda se agradece. A día de hoy la paternidad ya no es una
etiqueta donde otorgar al hombre la responsabilidad exclusiva del sustento de
un hogar. Los padres “no ayudan” en la crianza, no son agentes auxiliares sino
figuras presentes, cercanas y siempre partícipes en la vida de esos pequeños en
los que dejar huella, a los que nutrir, amar y guiar.
Algo que suelen comentar muchos pedagogos y especialistas en crianza es
que un niño es parte de una tribu. Siempre hablamos de la maternidad y de ese
apego íntimo establecido entre una mujer y su bebé. Sin embargo, a nadie se le
escapa que los niños de ahora crecen en un pequeño microcosmos habitado por sus
padres, sus abuelos, los tíos, los amigos de los padres, los maestros…
Toda interacción, todo hábito, cada gesto y cada palabra deja huella en
el cerebro infantil, y los padres tienen la capacidad de dejar un impacto
enormemente positivo en sus hijos.
El padre como figura de bienestar
psicológico
Algo que todo sabemos es que al igual que hay buenas y malas madres,
también los padres son falibles, cometen errores o incluso los hay que eligen
el papel de padre presente, pero ausente. Por ello, antes que figuras de
referencia en la educación y crianza de un niño, los padres y las madres son
personas, y dependiendo de su madurez y de su equilibrio psicológico y
emocional serán capaces de garantizar un mejor o peor desarrollo en ese
pequeño.
Tal y como nos revela un trabajo llevado a cabo en la Universidad de
Michigan (Estados Unidos), una responsabilidad que tiene todo padre es cuidar
de su propio bienestar psicológico con el fin de promover un adecuado equilibrio
emocional en sus hijos. Algo que se ha podido constatar es que los efectos del
desempleo, del estrés o el simple hecho de mostrar conductas erráticas,
marcadas por un carácter desigual, impacta de forma negativa en el desarrollo
cognitivo del niño e incluso en sus habilidades sociales.
Por otro lado, el impacto de la figura paterna en el desarrollo del habla
y el lenguaje de los bebés es a su vez innegable. Supone para los pequeños
recibir mucho más estímulos, una voz diferente a la de mamá con otro tono, con
otro tipo de gestualidad, y beneficiarse de una gama más amplia de refuerzos. A
lo largo de los 3 primeros años de vida esa presencia cercana, afectuosa,
divertida y accesible del padre consolidará también esos delicados procesos
asociados al lenguaje.
Los nutrientes que confiere la
figura paterna
El número de familias monoparentales sigue ascendiendo. Cada vez son más
los padres y las madres que afrontan la crianza de sus hijos en soledad, bien
porque así lo han elegido o bien porque el destino lo ha querido. Sea como sea,
la atención, el cuidado y la educación de un niño requiere ante todo de esa
cercanía física y emocional con la que conferir a esa nueva vida una seguridad
y un amor auténtico. Algo para lo que tanto hombres como mujeres deben estar
capacitados.
Por otro lado, algo que todos sabemos es que los niños no llegan al mundo
con un manual de instrucciones, y si esto es así se debe a una razón muy
simple: no son máquinas. Los niños están hechos de carne, de necesidades, de un
corazón que late con fuerza y un cerebro que lo anhela todo y que ansía poder
conectarse con su entorno. Necesitan nutrientes y un tipo de alimento que va
mucho más allá de la leche materna, ese que un padre también sabe y puede
conferir.
Los nutrientes más valiosos que
debe aportar un padre
Nuestra familia y el tipo de vínculo establecido con ella, determina gran
parte de lo que somos. Más allá de los genes y de la sangre está esa
arquitectura más íntima y privada donde se alza el reino de nuestras emociones,
de nuestros miedos, limitaciones y también de nuestros valores. Dimensiones
todas ellas que un buen padre debe nutrir de forma correcta. Veamos algunos
ejemplos.
- La disponibilidad emocional. La capacidad de respuesta ante las necesidades del niño y la calidad de la misma, garantiza un desarrollo óptimo y una mejor madurez en ese pequeño a lo largo de su vida.
- El reconocimiento. Todo niño necesita sentirse reconocido y valorado por parte de sus progenitores. Contar con esa mirada paterna siempre atenta, cercana, valiosa y llena de afecto influye en un buen desarrollo de la autoestima en el niño.
- La participación. El buen padre no se limita solo a “estar”, sino a hacer sentir, a favorecer el descubrimientos, a despertar nuevas emociones y aprendizajes, a ser un “escuchador” incansable, un negociador y un comunicador infantigable.
- La inspiración. Algo que sin duda hacen la mayoría de los papás, es abrir a sus niños nuevos mundos donde sentirse competentes y a la vez, autodescubrirse. Muchos de nuestros padres nos transmitieron sus pasiones, su amor por la música, los libros, la naturaleza... Valores todos ellos que ahora definen nuestra vida de adultos.
fuente: lamenteesmaravillosa.com
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