por María
Vergara Campos
Criar a un hijo en mi opinión es la
tarea más ardua que un adulto jamás tendrá. El único reto que creo aún
mayor es el de criar a un niño que sufrió malos tratos, abusos, carencias
severas, o que no dispuso de una figura primaria de apego durante sus
primeros años de vida. En estos casos, los cuidadores no comienzan de
cero. Cuando llega a sus vidas el niño o la niña tiene una mochila impregnada
de experiencias sensoriales y relacionales altamente tóxicas que han impedido
que su sistema nervioso y su mente se organicen. El reto que deben afrontar los
cuidadores es el de construir una base relacional segura sobre la
desorganización e inseguridad, en definitiva sobre un déficit de cuyo origen no
fueron responsables.
Como una madre me dijo una vez al
describir el último incidente con su hijo: “¡Yo lo que creo es que su
cerebro funciona diferente!”. Esta
afirmación es sin duda una buena aproximación para comprender lo que le sucedía
a su hijo. Existe suficiente evidencia acumulada para afirmar que cualquier
clase de malos tratos afecta la formación del cerebro, especialmente cuando se
producen durante los primeros tres años de vida. Un sistema nervioso
hipersensible al estrés, dificultades en la auto-regulación de las emociones y
las conductas, y unas representaciones mentales teñidas de inseguridad, son
algunas de las consecuencias más estudiadas. Los niños con historias de
abuso y malos tratos no tienen integrado el sentido de valía personal y tampoco
la confianza y seguridad en el otro. De
modo que el niño no solamente se estresa fácilmente y reacciona exageradamente,
además cuando tiene un comportamiento disruptivo o poco adecuado le embarga un
abrumador miedo y la sensación de que causará el rechazo inevitable de sus
cuidadores. En ese momento la sensación es tan
límite que en muchos casos la única manera de reaccionar es anticiparse a ese
rechazo con su propio rechazo a su familia o a sí mismo:“¡Odio esta familia”
“Prefiero estar en un centro, o en otro centro!”, son algunas de las
verbalizaciones que los cuidadores reciben, especialmente en momentos de
descontrol.
Lo más difícil para estos niños es,
precisamente, dejarse cuidar. No soportan sentirse vulnerables, impotentes o
que otro tenga el control, pues todas estas sensaciones están asociadas a las
experiencias traumáticas primarias que han vivido. Por tanto cada vez más
utilizan la estrategia de intentar tener control de lo que pasa a su alrededor
y sobre las figuras significativas para ellos. Esta necesidad de control se manifiesta en los
“pulsos” o en las “luchas de poder” que tiene con sus cuidadores o con las
figuras de autoridad. En las situaciones donde se sienten amenazados recurren
la mayoría de las veces a ponerse intransigentes, obstinados, irrespetuosos.
Ante la confrontación pueden bloquearse o luchar, es decir, ponerse chulos y
sobrepasarse hasta perder el respeto o adoptar actitudes de no asumir ninguna
responsabilidad de lo que pasa o de lo que hacen. Otras veces, terminan
desbordándose para que los demás cedan a sus exigencias y otras veces lloran
ante una situación difícil. Las conductas de complacencia también son
estrategias que les proporcionan una pseudo-seguridad pues de esta manera
pueden mantener a sus padres/cuidadores cerca y evitar el rechazo. Aún no pueden
estar en el mundo sin tener la necesidad de "comprarlo" con sus
actitudes. Estas estrategias son menos tóxicas y primarias que las agresivas,
pero al fin y al cabo son formas de actuar que les complican la vida.
El sufrimiento de estos chicos/as
suele ser etiquetado desde otras miradas como trastorno oposicionista,
trastorno de conducta, trastorno del espectro autista… etc, aunque lo cierto es
que estas etiquetitas poco nos ayudan. Resulta injusto clasificar según
diagnósticos puros pues centrarse en un solo síntoma es insuficiente para
abordar la complejidad de las consecuencias del trauma temprano. Más
bien, hemos aprendido que cuando los niños responden al adulto de esta forma es
que no tienen otros recursos para manejar una situación que viven como estresante. En
definitiva, muestran poca madurez para solucionar sus dificultades.
Desde mi propia
experiencia, he comprobado cómo padres y educadores se sienten realmente
aliviados cuando obtienen una visión más global, comprensiva y justa con la
historia del niño que les permite comprender el origen y curso de sus
dificultades. Una buena evaluación permite definir objetivos de trabajo
realistas, revisar las expectativas y sobretodo, buscar los apoyos que se
correspondan con las necesidades reales de estos chicos. En este punto es
cuando los cuidadores reconocen que la complejidad de esta tarea es a menudo
mucho más difícil de lo que esperaban. A
veces resulta frustrante para los cuidadores ver que no hay grandes cambios a
pesar de los esfuerzos, la dedicación (casi) completa y de todas las ayudas que
han ido consiguiendo. A lo largo de estos años de trabajo he sido testigo de
que la crianza terapéutica exige mucho a los padres y educadores, en su faceta
de cuidadores y como personas.
Apoyar el desarrollo de un niño con estas mochilas hace que la crianza requiera
más que las habilidades estándares.
Para ilustrar esto me gustaría
compartir dos aspectos que aparecen frecuentemente en las sesiones y cursos
sobre crianza terapéutica. Por un lado, la disponibilidad como
cuidadores es un punto delicado; el drama de los padres modernos. En mi
caso, me vendieron la idea cuando me formé (o deformé) como psicóloga que lo
importante es la calidad y no la cantidad de tiempo que uno pasa con sus hijos,
discurso que encaja estupendamente con el sistema socio-económico en el que
vivimos. Los años y los niños nos han enseñado que la cantidad de tiempo que se
dedica a la relación padre-hijo es muy importante sobre todo en los primeros
años de vida. Y en el caso de los niños con historias de abuso y malos tratos,
esta presencia y disponibilidad afectiva (entre otras capacidades) son la
herramienta esencial para la reparación del trauma temprano. Es todo un desafío
para los cuidadores buscar las formas para dedicarse a la crianza terapéutica
sin morir en el intento, y sobre todo, compatibilizar su tiempo para estar con
los niños y todas las otras tareas, también importantes, que les permiten
ofrecerles una vida de calidad.
El segundo aspecto importante que no
podemos dejar de mencionar son los legados familiares, que están muy
presentes e influyen de forma consciente o inconsciente en la manera que tienen
los cuidadores de relacionarse con los niños. Cualquier crianza, y en especial
la crianza terapéutica, no está muy alejada de nuestras historias como hijos y
eso toca aspectos muy dolorosos en algunos casos. A modo de ejemplo,
acompañamos a padres que tienen muchas ganas de conectar con su hija y poder
apoyarla pero en la práctica les resulta difícil pues la desorganización y las
dificultades de su hija les gatillan emociones intensas que pertenecen al
pasado. O trasladando el ejemplo a contextos de acogimiento residencial, cuando
la propia frustración y el cansancio de los educadores provoca respuestas
subidas de energía aumenta la espiral de los encuentros desagradables entre cuidador-niño,
y se corre el riesgo de que las interacciones sean ejemplos de
perfecta escalada donde la situación supera a los adultos. Somos testigos
de que estas situaciones requieren de esfuerzos continuos por parte de los
cuidadores para que las acciones, decisiones y comportamientos de los niños no
los distancien de ellos.
En los párrafos anteriores he tratado
de compartir la diversidad de las manifestaciones que tiene el trauma temprano
y cómo impactan en los proyectos de crianza de los padres o educadores. Al
releer este artículo me da la sensación que la tarea se ha presentado tan
grande que puede llevar al desánimo. Sin embargo, quisiera enfatizar que el
reconocimiento del daño es el punto de partida, y no la aceptación de las
dificultades sin más. Ahora nos toca sembrar ilusión y decir que hay modos de
hacerlo y hacerlo bien.
Si tuviera que elegir qué destacar
sobre la crianza terapéutica,
me referiría a dos elementos claves que, en mi práctica diaria como terapeuta,
observo que tienen un impacto positivo cuando son la base de las
intervenciones: larespuesta sintonizada y la consistencia. De hecho, una
de las premisas básicas que guían el acompañamiento en la crianza terapéutica
podría resumirse así: Una mente desorganizada puede mejorar el nivel de
organización gracias a la relación sintonizada y consistente con otra mente más
integrada y conectada.
Respuesta sintonizada: Sintonizar significa conectar con el mundo
emocional del niño, reflejar su estado interno y responder de manera apropiada.
Es un proceso básico, que en los contextos de buenos tratos ocurre de forma frecuente
y consistente unas cientos de miles de veces durante los primeros años de vida.
Cuando este proceso ocurre, es más fácil para el niño calmarse y sentirse
reconocido en la mente del otro. La sintonía emocional proporciona una
comprensión genuina de la experiencia, mientras que las respuestas reflexivas
permiten integrar dicha experiencia. Es por ello que para aprender de la
experiencia primero necesitamos conectar y luego reflexionar.
Esta tarea, lejos de ser sencilla, se
complica aún más con los niños con historias de deprivación y malos tratos. Cuando
estos niños experimentan sensaciones negativas o incómodas su experiencia
sensorial es a menudo desregulada y presenta una intensidad elevada.
Además su capacidad de reflexionar y pensar (que debería actuar como
regulador cognitivo) está secuestrada por la emoción, por lo que a menudo las
emociones se convierten en el gatillador directo de una conducta
desproporcionada. En estas situaciones es muy difícil para estos chicos
comprender qué es lo que sienten, porqué lo sienten, y sobretodo cómo hacer
para sentirse y actuar diferente. Toda esta experiencia emocional caótica puede
cobrar sentido cuando es reconocida, y reflejada por el cuidador. Esto no
significa que se ha de acceder a las demandas inapropiadas o inoportunas de los
niños, sino todo lo contrario. La sintonización permite al niño muy
frustrado, o enfadado, primero sentirse comprendido, para luego poder aceptar
de forma menos amenazante la consecuencia a su conducta. El reflejo de su
estado emocional actúa como un bálsamo para su cerebro irritado. Y poco a poco,
con tiempo y repeticiones, los niños adquieren mayor capacidad para
comprenderse y modularse. La
base es aliarse con estos niños contra sus dificultades desde la sintonía.
Desde ahí hemos observado cambios increíbles en el funcionamiento.
Consistencia. Se refiere a la habilidad de los cuidadores
para mantener respuestas coherentes y firmes ante las conductas y actitudes de
los niños. Es un concepto sumamente importante pues sólo la repetición permite construir nuevos patrones
representacionales y de actuación. Muy probablemente la mayoría de estos
niños no tienen
integrada la asociación que existe entre sus conductas y sus opciones previas.
Para muchos las cosas “simplemente ocurren”. Los comportamientos que el niño tenía en el pasado
no estaban relacionados con las acciones dirigidas hacia él en los contextos de
abuso y negligencia. Por
tanto, la tendencia para sentir protección y seguridad es tener a los adultos
controlados, mandar y establecer el clima emocional de las relaciones. ¡La
sensación de control es una motivación mucho más poderosa que ningún
privilegio! El adulto gana cuando consigue
desmontar las estrategias primarias de manipulación del niño al tiempo que
consigue que haga la tarea sin recurrir a las amenazas, o la rabia actuada. El
uso de consecuencias lógicas que enseñen por si mismas es un buen recurso para
mantener la consistencia: Si
no te gustan las consecuencias, eres libre de cambiar las opciones. El adulto mantiene el control y el niño aprende
poco a poco a hacer opciones más constructivas. Cuando los niños son tozudos con todo su
oposicionismo (circuitos neuronales primitivos), los cuidadores deberán ser más
tozudos todavía con sus intervenciones y con todos aquellos recursos que les
permiten no desregularse.
La crianza terapéutica se entiende
como un proceso de acompañamiento a los cuidadores, donde las distintas
intervenciones se organizan en etapas cada una con sus objetivos y actividades
específicas. No es un proceso cerrado, y tampoco un manual de talla única. A
veces avanzamos dos pasos y retrocedemos uno y así hacemos el camino. Pues lo
que pretendemos es ofrecer a estos niños contextos de vida que les ayuden a
desarrollarse ajustando las intervenciones a sus necesidades reales, a lo que
puedan dar y recibir, a sus recursos y dificultades.
Estoy de acuerdo con ustedes que
resulta mucho más fácil leer este artículo
que aplicarlo. La crianza terapéutica es todo un arte pues no hay mayor encargo vital que la de ayudar a estos
niños. Es un largo camino el que tienen que recorrer
estas personitas hasta acostumbrarse a estar con otros sin intentar comprarlos
ni agredirlos, a comprenderse a sí mismos, reconocer sus estrategias y ser
conscientes de ellas para luego poner en práctica otras alternativas de
relación más sanas. Son héroes en sus historias, y
como tales son en potencia inteligentes y tienen fuerza, sólo que tiene que
reconducirla para su bien. Y esto requiere tiempo, dedicación, formación y
grandes dosis de paciencia para aquellos que se embarcan en la labor de ser
“sus guías”.
María Vergara Campos. Psicóloga infantil especializada en el tratamiento con niños, niñas y
adolescentes que han sufrido trauma temprano. Máster de
Investigación en Psicología Clínica por la UAB. Diplomada en la Formación
Especializada en Trauma-terapia Infantil Sistémica, IFIV-Barcelona. Postgrado
en salud mental y contextos de violencia política y catástrofes (UCM-GAC). Asesora técnica de la Delegación de Asia en el BICE para
programas de protección a la infancia (2008-2012). Formación en AAP
(Adult Attachment Projective Picture System; George, C., & West, M.). Desde el año 2007, trabajo en el equipo infantil del Centro EXIL en
Barcelona. Co-fundadora del Diplomado en Crianza Terapéutica
organizado por el Centro Alén, A Coruña.
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Que bueno tu artículo. Soy psicóloga infantil, y madre adoptiva de una niña de 13 años. Somos familia desde que ella tenía 10. Me hace sentido todo lo que señalas respecto al control. Al principio pensé que podría tener un T. oposicionista, despúes pensé que era obsesiva. Finalmente entendí que no es nada de eso, sino su necesidad de control. Hace poco yo estaba resfriada y ella me dijo "déjame cuidarte, así como yo dejo que tú me cuides a mi". La entiendo, pero hay cosas difíciles, como por ejemplo, otras personas que me dicen que debo ponerle más límites. Yo creo que le pongo los límites que ella necesita, y a la vez cuidar el vínculo que hemos formado. Sin embargo, ella es dulce y con amor, contención metalización, hemos logrado un vínculo fuerte y amoroso. Gracias por tu artículo. Saludos desde Chile
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