Psicólogo Clínico Infanto-Juvenil
“Los niños son el futuro”. Esta
frase está escrita en bronce y echamos mano a ella cada vez que abogamos por la
protección de los derechos de los niños, es el argumento más recurrente –si
bien no alcanza a ser un argumento- a la hora de quejarse del trato inadecuado
que recibe uno de ellos; la repetimos con la convicción de una verdad
irrefutable.
Y es una
buena frase, nos ha enseñado como sociedad a respetar a nuestros niños, a velar
por su protección y bienestar y a no cerrar los ojos cuando vemos una
injusticia cometida al indefenso. Nos orienta a buscar y a entregarles lo
mejor, para que mañana sean hombres y mujeres de bien. Así, invertimos en su
formación desarrollando un completo plan que se inicia lo más tempranamente posible,
hemos escuchado que los primeros años son clave en la formación de su
personalidad, entonces los ponemos en salas cuna y jardines infantiles de alto
estándar, para que aprendan a interactuar desde pequeños y de este modo
desarrollen sus habilidades sociales; elegimos el mejor colegio, ese que le
asegurará un buen puntaje en la PSU para que entre a la universidad, y lo
orientamos para que elija una carrera que le dé un buen estándar de vida –como
aquel que le buscamos desde el comienzo, en la sala cuna-. Todo esto lo hacemos
porque amamos a nuestros hijos y deseamos lo mejor para ellos, y está bien, es
una buena frase la que nos inspira.
Que los
niños son el futuro es una verdad irrefutable, pero no completa, porque quienes
serán en el futuro dependerá de quienes son en el presente. Es aquí donde se
encuentra el error de esta frase bien intencionada: los niños no son el futuro
sino el presente.
Nuestros
hijos no son un proyecto de persona, son persona hoy y merecen ser
visibilizados con sus cualidades que los hacen únicos y sus necesidades
actuales. Ello implica que, como padres y adultos responsables, debemos cambiar
el modo en que planificamos y proyectamos sus vidas, porque lo que requieren
hoy no puede esperar para cuando sean grandes.
Las
necesidades de un niño tienen que ver con sus vivencias cotidianas actuales,
con su entorno inmediato, con sus vínculos significativos. Su primera necesidad
tiene relación con el amor, con sentirse querido e importante para alguien y
así aprenderá a quererse y a querer, a “ser” para sí mismo y para los demás.
Eso no se aprende en la sala cuna ni en el colegio, sino en familia.
Es por
ello que no debemos descansar en el sistema educacional para la formación de
nuestros hijos, sino asumir nuestra responsabilidad en ello, con un rol activo
y protagónico en la construcción del vínculo, que es el eje de la formación de
la persona integral, base de la adquisición de habilidades y destrezas, de la
disposición a la curiosidad y el interés por el conocimiento, de la autoestima
como base de la exploración del mundo. Lo que ofrece el sistema educacional es
sólo un complemento a la satisfacción de sus necesidades por las que velamos
los padres.
Pero no
tenemos el control de lo que ocurra en el colegio, particularmente una de las cosas
que más nos preocupa como padres hoy es el “Bullying”. Sabemos que no es algo
nuevo, pero se ha visibilizado en el último tiempo. Y como no es nuevo y lo
conocemos, sabemos también que existen razones para que nuestros hijos se vean
expuestos. Realmente cualquiera está expuesto, la diferencia no la hace la
familia que conforma el niño, si sus padres están separados, si tiene el
apellido de su madre solamente –porque hubo un hombre que se negó a darle el
suyo-, si es adoptado o si vive en una institución. La diferencia la hace la
seguridad que muestra en su entorno y en su persona, en quien es.
Ahora
bien, no debemos desconocer que el hijo que fue adoptado presenta mayor
vulnerabilidad en su capacidad de vinculación, la primera experiencia con el
entorno, el intrauterino y de recién nacido, dejó huellas en su formación como
persona y requiere de mayor disposición y dedicación de sus padres para reparar
la carencia que ello implica. Por lo tanto, en la búsqueda de complementos en
la formación del niño, los padres deben tener en cuenta que la educación de
calidad para él implica un entorno que reconozca y respete esto, dando espacios
favorables para la reparación, comprensivo ante sus dificultades y estimulante
para sus potencialidades.
Los niños
son el presente y merecen que velemos hoy por sus necesidades y su bienestar,
es así como llegarán a ser hombres y mujeres de bien.
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