lunes, 19 de octubre de 2015

Adopciones rotas

Una mirada desde España

Adopciones fracasadas, ruptura en adopción, interrupción del proyecto adoptivo… Existen muchos términos para definir lo mismo: una adopción que finaliza con el niño o niña adoptado saliendo de forma permanente de una familia en la que se suponía que se iba a quedar para siempre. Sí, esto es algo que sucede, y más de lo que nos imaginamos.
¿Qué ha pasado para que este final, inesperado, tenga lugar?
Por Carmen Paniagua

Los primeros pasos: El camino hasta el encuentro
Antes de nada, es importante ser conscientes del camino que cada parte ha recorrido hasta llegar a la adopción.
Primero, un menor sufre grave negligencia, maltrato y/o abuso sexual en su familia biológica. Este menor tras un proceso de valoración más o menos largo es retirado de su familia. Según la edad que tenga irá a un centro de menores (los mayores de 7 años según la legislación española actual) o a una familia acogedora de urgencia (en caso de tener menos de 7 años). En función de si tiene o no otras características, como las denominadas “necesidades especiales”, pasará más o menos tiempo en estas medidas temporales. Por necesidades especiales se entiende, en este ámbito, que el niño o la niña tenga más de 7 años, que forme parte de un grupo de hermanos que haya que adoptar conjuntamente y/o tener alguna enfermedad tanto física como psicológica.
Segundo, una familia (tradicional, homoparental, monoparental o reconstituida), tras mucho pensarlo, deciden adoptar. En este momento, se inicia una vorágine de trámites, papeleos y citas a distintas instituciones y sedes. Según el tipo de perfil del menor que hayan solicitado, estos trámites podrán durar más o menos tiempo. Según el mismo perfil, el menor (o grupo de hermanos)  para los cuáles se haya visto que esta familia es idónea llegarán a casa antes o después.
Llegado el momento, a la familia se le comunica que hay un niño que necesita una familia con sus características, y al menor se le comunicará que va a ser adoptado. Es importante tener claro en este punto que no se elige un menor para según qué familias, sino una familia para según qué menor. Es decir, el origen de la toma de decisión está en el menor, no en las familias.
El paso siguiente es que ambas partes se conozcan. Según la edad y otras características del menor este proceso será más o menos paulatino, con la finalidad de que el niño y la familia se vayan conociendo antes de dar el gran paso.  Este proceso, y los primeros momentos, son evaluados por profesionales de la psicología y el trabajo social que asesoran a la familia y se aseguran de que la decisión tomada es la correcta.
Tanto durante este proceso como después de él, sin esperarlo ni desearlo, algo ocurre en la unidad familiar: la familia decide finalizar la adopción (pocos son los casos en los que la decisión es tomada por el o la menor).
¿Qué ha podido ocurrir?
Debido a la importancia de este fenómeno han surgido varias investigaciones para tratar de encontrar qué factores pueden producir una ruptura. Y es que la clave está en el plural: factores. Si algo tienen en común todas las investigaciones realizadas es que no hay un único elemento que cause la ruptura. Es decir, no tienen la culpa sólo los padres o los hijos, la ruptura se produce por un cúmulo de acontecimientos que han tenido lugar de una forma y en un momento determinados.
Así, podemos distinguir los factores en tres grupos: características de los menores adoptados, características de las familias que adoptan y características de la intervención profesional. Sobre el tipo de adopción no existen datos concluyentes, encontrándose en unos estudios cifras que arrojan problemas en unas áreas que resultan positivas en otras investigaciones.
Sobre los adoptados
Nos centraremos en las dos variables más asociadas con las rupturas en esta sección: la edad del menor en el momento de la adopción y la presencia de problemas comportamentales.
Respecto a la edad, diversos estudios coinciden en afirmar que cuanto mayor es el niño en el inicio de la adopción más probable es que ocurra una ruptura. Esto no quiere decir que no existan adopciones de niños mayores exitosas, de hecho, la mayoría de ellas son satisfactorias pues aunque existen más rupturas que en las adopciones con niños más pequeños, estas cifras siguen siendo pequeñas en comparación con el éxito. El hecho de que la edad sea una variable fuertemente asociada se debe a que, con mayor probabilidad, un niño que es adoptado mayor habrá pasado más tiempo con su familia biológica y en centros de protección, lo que genera que haya sido expuesto más tiempo a adversidades… y eso inevitablemente deja huella.
También es frecuente encontrar problemas de comportamiento (conductas agresivas, problemas con las normas y límites del hogar o contexto escolar, etc.) como un factor de riesgo para la probabilidad de ruptura. Estos problemas están relacionados tanto con la edad (son más frecuentes en la adolescencia) como con las habilidades educativas de los adoptantes.
Sobre los adoptantes
En este caso, la motivación para la adopción y las expectativas al respecto juegan un papel esencial. Se ha encontrado que en muchos casos de adopciones fracasadas los adoptantes tenían una motivación centrada en el deseo adulto (“Quiero adoptar porque quiero ser padre” o “Quiero adoptar para darle un hermanito a mi hijo”) más que en las necesidades de protección del menor. En cuanto a las expectativas, aquellas menos realistas y flexibles están más relacionadas con la aparición de dificultades. Si crees que el niño que venga a tu casa va a ser perfecto, sin ninguna secuela de su pasado adverso, es más probable que te desilusiones y aparezcan los problemas.
Otras variables fuertemente relacionadas han sido los estilos y capacidades educativas de los adoptantes. Progenitores que establezcan relaciones frías, que se muestren rígidos e inflexibles ante los problemas o se vean sobrepasados por éstos hace que aumenten las probabilidades de ruptura.
Relacionado con lo anterior, la preparación para la adopción resulta fundamental. Aquellas familias bien formadas suelen ajustar sus expectativas durante dicha formación, además de recibir consejos sobre qué hacer en aspectos claves de la educación de un hijo o hija adoptado.
Sobre la intervención profesional
A este nivel, resulta fundamental el nivel de competencia profesional de los técnicos que se encuentran en distintos momentos del proceso adoptivo: su formación, supervisión, las herramientas profesionales que usan, las condiciones de trabajo, la estabilidad de los equipos, etc.
También la existencia y calidad de servicios de post-adopción, así como el uso que hacen de los mismos las familias. En muchos casos se encuentran que acuden a los profesionales cuando la ruptura ya casi es inevitable.
¿Cómo de frecuente es?
Es difícil arrojar cifras claras sobre este tema debido a las distintas características de los estudios que existen. La mayoría de las investigaciones se han realizado fuera de nuestro país, donde el sistema de protección es distinto y a veces es difícil extrapolar sus resultados a nuestra realidad. Además, algunos estudios se realizan sobre sólo unos tipos de adopción concreta obviando el resto.
Aun así, podemos reflejar algunos datos: desde el 20% encontrado por Rushton en 2004 hasta el 3% encontrado por Selwyn. En nuestro país, Berástegui en su estudio centrado en la adopción internacional realizado en 2003 encontró una tasa de fracaso del 1.5%.
Como hemos mencionado, las cifras son confusas y es necesario conocer los estudios a fondo para encontrar el motivo de las diferencias. En cualquier caso, todas ellas nos muestran un dato en común: no se trata de un fenómeno marginal. Es una realidad que, en nuestro país, cada vez es mayor debido a que los menores adoptados durante el boom de la adopción están llegando actualmente a la adolescencia, la edad en la que más fracasos se producen.
¿Qué pasa después?
La ruptura deja grave secuelas tanto en los niños como en los progenitores. Para los primeros es especialmente doloroso, pues como mínimo es la segunda familia de la que se tienen que separar, surgiendo así sentimientos de culpabilidad erróneos y un gran malestar psicológico que puede ser tan elevado que les lleve hasta tener conductas autolesivas.
Estos niños vuelven a entrar en el sistema de protección infantil. Si tienen la suerte de ser pequeños, pueden volver a ser adoptados o acogidos por otras familias con mayor probabilidad que si son mayores, siendo en ocasiones estas familias las definitivas y estables. En otras, los niños pueden encontrarse tan dañados que vuelvan a sufrir una ruptura. Por otro lado, puede que nunca más encuentren una familia, porque llegados a este punto ni la desean, y se pasen su vida en centros de protección esperando cumplir la mayoría de edad.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Como investigadores, estudiar esta realidad en nuestro país, conocer las características y dinámicas que provocan la ruptura para tratar de evitarla o, en caso de que sea inevitable, hacerla lo menos dolorosa posible.
Como profesionales, formarnos más y mejor, dentro de las condiciones de trabajo que existen. Conocer las señales de alarma así como no dejar pasar claros indicadores de que algo no está marchando bien.
Como adoptantes, ser sinceros con nosotros mismos durante las valoraciones y formación. Aceptar nuestras dudas y puntos débiles, consultarlos con los profesionales y no esconderlos. Si no estamos preparados (aunque nuestra pareja lo esté y aunque el proceso esté casi finalizado), es mejor parar el proceso y pensarlo más detenidamente que seguir adelante. Una vez seamos padres adoptivos, acudir a servicios específicos de la adopción, continuar formándonos para saber, por ejemplo, cuál es la mejor forma de abordar el pasado de los menores.
Para saber más
[Fuente: http://www.psicomemorias.com]

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