La
familia se ha erigido como pilar fundamental de la sociedad. Pareciera que la
historia de la humanidad se ha construido sobre la base de la unidad familiar,
la que da la estructura para un comportamiento social que permita la
convivencia y el progreso comunitario. Inculca valores, entrega el modelo de
vínculos y relaciones interpersonales, establece normas y reglas, reprime el
comportamiento que atenta contra la convivencia, modela la comunicación entre
sus miembros, contiene y modula la expresión afectiva y enseña a tolerar las
ambivalencias de amor y odio hacia los otros.
Sin
duda la familia tiene gran relevancia en nuestra sociedad y es un imperativo
protegerla, cuidarla y asegurar su permanencia. Necesitamos saber que siempre
contaremos con ella y sentimos temor ante su posible ruptura. Pero parece ser
una constante la sensación que ella se encuentra en peligro, que ya no es lo
que solía ser y que la solidez de sus valores se debilita progresiva y peligrosamente,
amenazando la estabilidad no sólo de sus miembros, sino que la de toda la
sociedad.
Los
hechos y las estadísticas parecen avalar este temor: se observa un aumento
significativo de parejas que conviven sin casarse, de matrimonios disueltos, de
nacimientos fuera del matrimonio y madres jefes de hogar. Cada vez menos
parejas se casan y tienden a hacerlo a mayor edad. Por su parte, la
planificación familiar lleva a postergar la maternidad y paternidad y reduce el
número de hijos. Se produce una disminución evidente de la natalidad, lo que asociado
al aumento de la expectativa de vida, conlleva un envejecimiento de la
población.
Aun
así, la familia se muestra (continúa mostrándose) como la instancia social de
mayor satisfacción para las personas, constituyéndose en refugio emocional
frente a las amenazas y el estrés que se viven en el mundo, representando mayor
alivio que otras variables que brindan estabilidad como el dinero, el trabajo,
la educación o la amistad, y siendo reconocido como el factor por lejos de
mayor relevancia para alcanzar la felicidad.
Las
personas cambian, lo hacen las familias y también las sociedades. El cambio es
la constante de nuestro universo y en la vida lo que no cambia y no logra
adaptarse a su entorno en transformación, está destinado a perecer. Han
desaparecido muchas especies, como también
pueblos y culturas.
La
familia no se ha marginado de este cambio. Por ello se hace necesario modificar
los parámetros con que la observábamos, medíamos, evaluábamos y clasificábamos.
La familia tradicional que nos sirviera de punto de referencia, aquella
compuesta por el padre, la madre y los hijos engendrados por ambos ha dejado de
ser un exponente válido y representativo. Esto no significa que anteriormente
todas las familias cumplieran con este canon, sino más bien éste era un modelo
que reflejaba las características de la sociedad de entonces, con sus valores e
ideales.
Hoy
las cosas cambiaron (continúan cambiando). La diversidad se ha instalado como
una cualidad altamente valorada, a través de la cual nos reconocemos como
individuos. El respeto a las diferencias va reemplazando a la tolerancia hacia
quien es distinto, y cuando hablamos de familia, no pensamos en el modelo
tradicional y su contraparte, aquellos que no encajan. Hoy hablamos de toda
aquella rica gama de alternativas que conforman familia. De las reconstituidas
con hijos de cada uno y de ambos; de madres (e incluso padres) solteras y
separadas que crían solas; de abuelos, tíos o padrinos a cargo de un niño; de
varias generaciones que comparten el mismo techo; de paternidades carentes de
vínculo sanguíneo fundadas en el afecto.
Esta
diversidad enriquece a nuestra sociedad, pero conlleva responsabilidades
respecto de las necesidades que observamos. Impone la exigencia de explorar
nuevas formas de entender la familia, para conocer la complejidad de sus
características particulares y crear nuevas formas de intervenir, adecuadas a
sus necesidades específicas. Requiere que nos hagamos responsables como sociedad por aquellas familias que
han surgido en la diversidad y de la adecuada satisfacción de sus
requerimientos, de modo de proteger (continuar protegiendo) a la familia y
velar porque siga constituyendo un pilar fundamental de la sociedad.
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