"Tenía sentimientos encontrados. Por
una parte tenía unos padres a los que adoraba, una vida bastante buena, pero a
la vez siempre el maldito miedo de que aquello se podía acabar. Hubo un día que
mi padre acabó de manera definitiva con mi incertidumbre. Hice algo que cabreó
mucho a mi padre. Se puso furioso y me gritó. Yo creí que aquello era el final
definitivo y se lo puse en bandeja. Le dije: “Si quieres me voy ahora mismo
de casa y así se acaban los problemas”. Mi padre se puso aún más furioso y
me gritó lo que yo más deseaba escuchar en mi vida: “¿Irte de aquí? ¡Ni lo
sueñes! Te vas a quedar con nosotros para siempre, quieras o no quieras, porque
tú perteneces a esta familia. Y además ¡vas a pasar por el aro, quieras o no
quieras!”. Creo que aquella noche fue la primera que dormí a pierna suelta
en mi casa, sin pesadillas y sin miedos. Mi padre me había dado el pasaporte
definitivo para considerarme miembro de pleno derecho de aquella familia, de mi
familia. Desde aquel día supe que tenía unos padres para siempre y que yo
pertenecía a aquella familia como cualquier hijo natural. Descubrí que aunque
fuera un “cabrón” mis padres me querían igual y no me iban a abandonar
nunca… como de hecho ha sucedido".
Fuente del libro: ADOPCIÓN HOY.
Nuevos desafíos, nuevas estrategias