viernes, 4 de agosto de 2017

Adopción y trastornos del apego

J. Barudy & M. Dantagnan
La adopción es posible porque todos los bebés nacen con una capacidad innata de apegarse a un adulto, o figura de apego, como resultado de su proceso de desarrollo.

La primera posibilidad que tiene el niño o niña de apegarse es con su madre biológica durante el embarazo, porque este proceso comienza en la vida intrauterina, en el momento que el desarrollo embriológico del cerebro permite al bebé en gestación, a partir de las 20 semanas de embarazo, percibir primero los movimientos de su madre, luego sentir su olor y un poco más tarde reconocer su voz. Este proceso, que corresponde a lo que denominaremos impronta biológica, forma parte de las memorias implícitas del bebé. Son implícitas, porque existe un recuerdo inconsciente de estas sensaciones que quedan almacenadas.
Por esta razón, podemos decir que cuando un niño o una niña nace, ya conoce a su madre. Este conocimiento es sensorial y no es tan diferente al de otros mamíferos. Resulta el ingrediente primario para el apego de la cría con su madre, pero no es lo único que garantiza que la vinculación de la madre con su hija o hijo se establezca de una manera sana y adecuada. La respuesta de la madre, condicionada por su historia de vida y los contextos socio-familiares en que se produjo el embarazo y el parto, será determinante para que esta vinculación sea posible y permita un apego seguro, garantía para el desarrollo sano del bebé.
Cuando la historia de la madre biológica no le permitió desarrollar capacidades parentales, por ejemplo, por una historia de malos tratos infantiles, o los contextos de vida en el momento del embarazo y del parto estuvieron cargados de dificultades, resultado de la pobreza, el estrés o la falta de apoyo social, su respuesta a los requerimientos de apego de su bebé no serán adecuados. Esto crea las condiciones para que este proceso se transforme en una fuente de sufrimiento para el bebé y el origen de una serie de trastornos, siendo los del apego o capacidad para vincularse lo que más dificultades pueden crear, no solo para su desarrollo, sino para su crianza.
Los padres adoptivos, junto con ser una posibilidad de reparación de la capacidad de vinculación para sus hijos e hijas adoptados, pueden permitir, además, que las memorias sensoriales y emocionales implícitas se integren en las memorias explicitas o conscientes, al transmitirles en el momento adecuado, la historia de su origen.
Para hacer frente a los desafíos derivados de los trastornos del apego resultantes de las experiencias pre-adoptivas, es de mucha utilidad que los adoptantes tengan siempre presente la existencia de dos formas de parentalidad: la biológica, que tiene que ver con la procreación y la gestación de un niño o niña, y la social, referida la existencia de capacidades para cuidar, proteger, educar y socializar a los hijos.
Para poder ejercer la parentalidad social de modo adecuado, es indispensable que las madres y los padres adoptivos acepten que su hijo o hija adoptada han tenido una vida antes de la adopción. Además, es importante que puedan representarse que, en esta vida anterior, sus hijos han podido ser afectados por contextos de malos tratos. Éstos pueden haber sido la causa de las carencias físicas, afectivas o de traumas que sus hijos o hijas han sufrido. Cada una o todas juntas son factores que pudieron dañar las capacidades de vincularse o apegarse a sus padres adoptivos.
Afortunadamente esto no es un determinismo inamovible, la plasticidad del cerebro infantil y de su sistema nervioso hace posible que los daños y los diferentes niveles de retraso puedan repararse. La neurociencia ha demostrado que la organización y el funcionamiento del cerebro humano dependen no sólo del mapa genético de cada sujeto, sino también de sus interacciones con el entorno familiar y social en que le toca vivir. Por tanto, los contextos donde los niños y niñas viven y se desarrollan, son determinantes para el funcionamiento de sus mentes.
Los padres adoptivos, a través de una relación de buen trato, estructurada y coherente, estimulan los recursos personales de sus hijos e hijas. Esto es lo que se conoce como la resiliencia. Así, los padres y madres adoptivas están en una posición privilegiada para ser tutores de resiliencia de sus hijos e hijas, ejerciendo, a la vez, su derecho a ser apoyados y acompañados por las instituciones especializadas.

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