J. Barudy & M. Dantagnan
La adopción es posible porque todos los bebés nacen con una capacidad
innata de apegarse a un adulto, o figura de apego, como resultado de su proceso
de desarrollo.
La primera posibilidad que tiene el niño o niña de apegarse es con su
madre biológica durante el embarazo, porque este proceso comienza en la vida
intrauterina, en el momento que el desarrollo embriológico del cerebro permite
al bebé en gestación, a partir de las 20 semanas de embarazo, percibir primero
los movimientos de su madre, luego sentir su olor y un poco más tarde reconocer
su voz. Este proceso, que corresponde a lo que denominaremos impronta
biológica, forma parte de las memorias implícitas del bebé. Son implícitas,
porque existe un recuerdo inconsciente de estas sensaciones que quedan almacenadas.
Por esta razón, podemos decir que cuando un niño o
una niña nace, ya conoce a su madre. Este conocimiento es sensorial y no es tan
diferente al de otros mamíferos. Resulta el ingrediente primario para el apego
de la cría con su madre, pero no es lo único que garantiza que la vinculación
de la madre con su hija o hijo se establezca de una manera sana y adecuada. La
respuesta de la madre, condicionada por su historia de vida y los contextos
socio-familiares en que se produjo el embarazo y el parto, será determinante
para que esta vinculación sea posible y permita un apego seguro, garantía para
el desarrollo sano del bebé.
Cuando la historia de la madre biológica no le permitió desarrollar
capacidades parentales, por ejemplo, por una historia de malos tratos
infantiles, o los contextos de vida en el momento del embarazo y del parto
estuvieron cargados de dificultades, resultado de la pobreza, el estrés o la
falta de apoyo social, su respuesta a los requerimientos de apego de su bebé no
serán adecuados. Esto crea las condiciones para que este proceso se transforme
en una fuente de sufrimiento para el bebé y el origen de una serie de
trastornos, siendo los del apego o capacidad para vincularse lo que más
dificultades pueden crear, no solo para su desarrollo, sino para su crianza.
Los padres adoptivos, junto con ser una posibilidad de reparación de la
capacidad de vinculación para sus hijos e hijas adoptados, pueden permitir,
además, que las memorias sensoriales y emocionales implícitas se integren en las
memorias explicitas o conscientes, al transmitirles en el momento adecuado, la
historia de su origen.
Para hacer frente a los desafíos derivados de los trastornos del apego
resultantes de las experiencias pre-adoptivas, es de mucha utilidad que los
adoptantes tengan siempre presente la existencia de dos formas de parentalidad:
la biológica, que tiene que ver con la procreación y la gestación de un niño o
niña, y la social, referida la existencia de capacidades para cuidar, proteger,
educar y socializar a los hijos.
Para poder ejercer la parentalidad social de modo adecuado, es
indispensable que las madres y los padres adoptivos acepten que su hijo o hija
adoptada han tenido una vida antes de la adopción. Además, es importante que
puedan representarse que, en esta vida anterior, sus hijos han podido ser
afectados por contextos de malos tratos. Éstos pueden haber sido la causa de
las carencias físicas, afectivas o de traumas que sus hijos o hijas han
sufrido. Cada una o todas juntas son factores que pudieron dañar las
capacidades de vincularse o apegarse a sus padres adoptivos.
Afortunadamente esto no es un determinismo inamovible, la plasticidad
del cerebro infantil y de su sistema nervioso hace posible que los daños y los
diferentes niveles de retraso puedan repararse. La neurociencia ha demostrado
que la organización y el funcionamiento del cerebro humano dependen no sólo del
mapa genético de cada sujeto, sino también de sus interacciones con el entorno
familiar y social en que le toca vivir. Por tanto, los contextos donde los
niños y niñas viven y se desarrollan, son determinantes para el funcionamiento
de sus mentes.
Los padres adoptivos, a través de una relación de buen trato,
estructurada y coherente, estimulan los recursos personales de sus hijos e
hijas. Esto es lo que se conoce como la resiliencia. Así, los padres y madres
adoptivas están en una posición privilegiada para ser tutores de resiliencia de
sus hijos e hijas, ejerciendo, a la vez, su derecho a ser apoyados y
acompañados por las instituciones especializadas.
Fuente:
Revista Adopción y Familia
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