Psicólogo infanto-juvenil
Quizás debiese hacerse un
juicio a la palabra “adopción”. Existen muchos detractores que declararían en
su contra por ser una palabra fea, dura y fría. Declararían que se usa en
exceso y, muchas veces, fuera del contexto deseable: se adoptan posturas,
miradas, decisiones, formas de pensar, posiciones políticas, filosóficas y
religiosas, sistemas administrativos y económicos, muchos conceptos abstractos
pueden adoptarse. Pero posiblemente lo que más molesta es cuando se habla de
adopción de mascotas, tan difundido hoy en las redes sociales; es cosa de poner
en un buscador la palabra “adopción” y la primera sugerencia de búsqueda es
“adopción de perros”. Todo el esfuerzo puesto en que los hijos entiendan lo
hermoso de la adopción y que la sociedad la asimile a la adquisición de una
mascota, para muchos resulta indignante.
Algunos podrán encontrar
que es una bella palabra, cargada del afecto de una historia familiar hermosa
que narra cómo se encontraron padres e hijos. Es cierto, todos comparten que el
trasfondo es lindo, pero quizás podría usarse otra palabra menos fea, dura y
fría. ¿Y cuál sería esta palabra? ¿Qué palabra expresaría esta idea, abarcaría
su carga afectiva y tendría un sonido más cálido, suave y tierno?
Esta discusión se ha
dado muchas veces y nunca se llega a una solución, porque cambiar la palabra no
arregla nada. Es tan sólo una palabra, y la que ocupe su lugar será enjuiciada
de igual forma.
En mis primeras
entrevistas a niños adoptados, me llamaba la atención cómo ellos mismos me
explicaban lo que es ser adoptado comparándolo con la llegada de un perrito a
la casa, el que no era de la familia hasta su llegada y se transforma en un
nuevo miembro que todos quieren y cuidan. Me parecía inadecuado, pero decidí
observar antes de intervenir. Y explorando sobre el tema, me encontré con un
libro de cuentos que explica la adopción de forma sencilla a los niños. “La historia de Ernesto” cuenta de un niño que celebra en familia un nuevo
aniversario de su adopción, y llega a sus manos un pequeño gatito. Mientras le
cuentan otra vez cómo fue adoptado, Ernesto va haciendo el paralelo con la
llegada del animal, que “adopta” como mascota.
Entonces comprendí que
los niños tienen una mirada más simple y pura de la vida, y somos los adultos
quienes lo complicamos todo. A ellos no les parece extraño adoptar un gato o un
perro, porque implica cuidado, atención y afecto. No por ello se sienten
tratados como perros o gatos (al menos del modo peyorativo que lo entendemos
los adultos).
Cuando los adultos
complicamos las cosas, también se las complicamos a los niños, empezamos a
transmitirles nuestros temores y preocupaciones. Queremos evitar que se sientan
distintos, discriminados y excluidos, y con ello muchas veces les estamos
abriendo a la opción de serlo. Cuando les decimos que no cuenten que son
adoptados, porque los demás podrían “no entender”; cuando nos hacemos cargo de
contarlo a los demás antes que a nuestro hijo “se le salga”, y así poder
explicarlo “bien”; cuando pedimos a la profesora que no se trate la unidad de
la familia para evitarle un “dolor” al descubrirse diferente a los demás, o le
inventamos una presentación de su historia que omita su nacimiento, esperando
que nadie lo note.
Por el contrario, la
solución está en utilizar la palabra “adopción” sin temores ni prejuicios,
decir las cosas por su nombre hasta acostumbrarse a escucharla, hasta que sea
parte de nuestra vida cotidiana, tan normal como cualquier otra, entendiendo
que forma parte de nuestra historia y nuestra realidad. Hablar de la adopción,
del adoptado, de los adoptantes, de la familia adoptiva, permite que estos
conceptos se introduzcan en el lenguaje popular, que sean aprendidos y
comprendidos. Si quienes manejamos estos conceptos los usamos correctamente,
estamos educando a los demás a cómo utilizarlos, liberándolos de los prejuicios
que acarrea la ignorancia en el tema.
De este modo nos
evitaremos un juicio a la palabra “adopción”, que no nos llevará a ningún lado.
Exculpémosla y asumamos nuestra responsabilidad de llevarla con nosotros hasta
que forme parte del mundo y nadie la mire con extrañeza, desconfianza o temor. Hagamos
que sea una palabra hermosa.
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Muy bueno el artículo, los adultos tenemos mas prejuicios que los niños ante el tema y los conceptos que se usan en torno a la adoción
ResponderEliminarBonito artículo. Y coincido que somos nosotros los que cargamos de sentido a una palabra.
ResponderEliminarMe hizo mucho sentido. Mi hija adoptada y ya grande, adopto un perrito, y lo considera su hija. No dudo de que es su forma de cargar de sentido y amor su propia historia.