Psicólogo Clínico Infanto-Juvenil
El célebre poeta Khalil Gibran decía: “Vuestros
hijos no son vuestros. Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida. No os pertenecen”. Ya
hace un siglo entendía que los hijos no son propiedad de sus padres y, quien se
atribuya este rol, debe ganárselo.
No basta
con el deseo de ser padres, y bien lo saben quienes lo ansían con intensidad,
pero la biología les trunca el anhelo de concebir, gestar y parir. También lo
saben quienes, sin la menor intención o preparación, se enfrentan a un embarazo
que interrumpe los planes que tenían para su propia vida, y los enfrenta con
una situación que sienten los supera y los atemoriza.
No, no
basta con ello, porque la paternidad es un acto eminentemente social, no
biológico. No es la procreación lo que concede el privilegio de ser padre de
una criatura frágil e indefensa, completamente dependiente en el comienzo de su
vida al actuar del adulto más próximo. No es el hecho de proveerle de lo que
necesita para subsistir. No es lo que diga un papel, cubierto de timbres y firmas,
ni el llevar el mismo apellido e incluso el mismo nombre lo que convierte a un
niño en hijo ni a un adulto en padre.
Ser padre es
algo muy distinto. Es asumir una gran responsabilidad, la de una vida humana
que no nos pertenece. Los padres son los primeros guardianes –que cuidan y
protegen-, son los primeros educadores –que forman y modelan-, son los primeros
terapeutas –que acompañan y guían-, y por sobre todo, son los primeros amantes
–que enseñan a ser amado y a amar-, ya que todos sus actos son guiados por un
amor incondicional hacia esa vida, que se orienta a ofrecerle lo que realmente
necesita para crecer feliz e integrado a la sociedad.
Pero ésta
no es una responsabilidad exclusiva de los padres. La sociedad tiene también el
compromiso de cuidar a sus niños, de velar porque ellos cuenten con unos
padres, con una familia que los proteja, forme, guíe y quiera.
Como
sociedad debemos entender y asumir que no toda persona está llamada a ser padre
o madre, aun cuando haya procreado; y que en cambio hay quienes sí lo están,
pese a no poder concebir. Cuando entendamos esto, estaremos en posición de
cuidar a nuestros niños, de entregarles lo que realmente requieren. En
ocasiones nos enfrentamos a mujeres embarazadas o que dieron a luz, que manifiestan
su intención de no asumir su maternidad por diversos motivos, y las enjuiciamos
por no hacerse responsables por la vida de ese niño. Otras veces podemos
encontrar a padres que desean llevar su generosidad a niños carentes y
desvalidos, concediéndoles la gracia de formar parte de su familia, y los
ensalzamos por rescatar a un niño de la miseria.
Cuando
hacemos esto, no entendemos que la responsabilidad debe medirse en función del
bienestar del niño y no del actuar que la moral dicta como norma para estos
casos. Todo niño merece criarse en una familia que satisfaga sus necesidades de
protección, amor y guía, y no siempre la familia biológica o la más altruista
está capacitada para cumplir con esto.
Es
responsabilidad de la sociedad ofrecer la mejor familia al niño que no cuenta
con una, porque la merece, así como es responsabilidad de los padres velar por
entregar al hijo o hija lo que requiere, porque le corresponde. No es fácil ser
padres y la adopción, todos sabemos, implica una carga extra, pero la
experiencia nos ha mostrado que éstos son padres dedicados, atentos y
cariñosos, más padres de sus hijos que cualquiera. Saben lo difícil que es su
tarea, porque la están cumpliendo con cada fibra de su cuerpo y con cada
aliento de su espíritu. Pero ésta es una responsabilidad compartida, todos los
actores de este proceso trabajan en conjunto por el bienestar de niños y niñas:
las instituciones han de ofrecer apoyo y las familias deben de buscarlo.
Es tarea
de todos velar porque cada proyecto familiar resulte exitoso, para asegurar así
el éxito de nuestra sociedad.
URL Abreviada: https://goo.gl/V2wEpe
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