Un retrato psicológico de la violencia juvenil en la era digital
Desde una
perspectiva psicológica, Adolescencia destaca por su enfoque clínico realista y
sensible. La trama no se contenta con buscar un culpable, sino que se detiene a
explorar por qué alguien como Jamie podría llegar a cometer un acto tan
violento. Lo hace a través de una narrativa dual: por un lado, el inspector
Luke Bascombe investiga los hechos; por el otro, la psicóloga forense Briony
Ariston intenta comprender el estado mental del adolescente. Es en esta última
línea donde la serie encuentra su mayor riqueza.
Uno de los momentos
más reveladores ocurre en el tercer episodio, cuando Briony realiza una sesión
terapéutica con Jamie. En este encuentro se develan algunas de las capas más
profundas del joven: su inseguridad, su vergüenza, la presión por cumplir con mandatos
de masculinidad y el peso del ciberacoso. Aquí la serie introduce conceptos
fundamentales como el de la Teoría de las Partes, que sugiere que ante un
trauma, la psique tiende a fragmentarse.
En Jamie, se pueden
identificar tres partes: una funcional, que aparenta normalidad; otra ligada a
la vergüenza, el rechazo y la baja autoestima; y una tercera, que media entre
las otras, es reactiva y agresiva, responiendo al bullying y al modelaje
violento de su entorno. Esta fragmentación psíquica, sumada a la falta de
acompañamiento emocional, lo deja expuesto a mecanismos de defensa primitivos
como la disociación y la violencia.
La serie también
expone con crudeza el patrón transgeneracional de la violencia. El padre de
Jamie, víctima a su vez de una crianza violenta, reproduce estallidos de
agresividad que, aunque intenta controlar, dejan huella en su hijo. En este
sentido, Adolescencia refleja cómo la violencia se transmite no solo por actos
físicos, sino también por silencios, carencias afectivas y mandatos culturales.
Esto se expresa en el
fenómeno incel, una subcultura digital formada por varones jóvenes que se
autodefinen como “involuntariamente célibes” y culpan a las mujeres por su
situación. Jamie encarna varios de estos rasgos: se siente rechazado, frustrado
y desarrolla una hostilidad creciente hacia el género femenino. Este componente
resulta especialmente relevante para entender cómo ciertos discursos de odio se
infiltran en la subjetividad de adolescentes vulnerables.
La falta de
comprensión de los adultos sobre estas subculturas digitales es un tema central
en la serie. Padres, docentes y policías aparecen desconectados, incapaces de
interpretar las señales de alerta. Este abismo generacional impide una
intervención temprana y efectiva, dejando a muchos adolescentes atrapados en
mundos virtuales hostiles sin una guía emocional real, reflejado en la
distancia emocional entre padres e hijos a través de historias paralelas como
la del inspector Bascombe y su hijo Adam. Estas relaciones fracturadas muestran
cómo la ausencia de diálogo y la desconexión afectiva pueden ser tan dañinas
como la violencia explícita.
Más allá del
análisis psicológico, Adolescencia también plantea una fuerte crítica a la
superficialidad de los vínculos en la era digital. La comunicación basada en
emojis, filtros y mensajes breves ha reemplazado al diálogo profundo. Como bien
señala una reflexión final: entender el mundo de los adolescentes no implica
“hablar su lenguaje”, sino ayudarlos a construir uno emocional más sólido. La
clave está en fomentar la conversación genuina, no en descifrar códigos
visuales.
En definitiva, Adolescencia no es solo una serie sobre un crimen juvenil; es una obra que interpela a toda una sociedad sobre su responsabilidad en el desarrollo emocional de las nuevas generaciones. Nos recuerda que la violencia no surge de la nada, sino que es el resultado de múltiples fallas: en la crianza, en la escuela, en los vínculos y en el modo en que (no) escuchamos. Nos moviliza a tomar consciencia y hacernos responsables como sociedad e individualmente como adultos.
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