miércoles, 16 de abril de 2025

Adolescencia de Netflix

Un retrato psicológico de la violencia juvenil en la era digital

Ps. Ladislao Lira H.

La serie Adolescencia, producida por Netflix, ha despertado una profunda conversación sobre los límites de la salud mental, la violencia juvenil y el impacto del entorno digital en el desarrollo emocional de los adolescentes. A través de la historia de Jamie Miller, un chico de 13 años acusado de un crimen atroz, la serie no solo plantea interrogantes sociales urgentes, sino que también ofrece un análisis profundo del trauma, la fragmentación psíquica y la construcción de la identidad en una etapa vulnerable de la vida.

Desde una perspectiva psicológica, Adolescencia destaca por su enfoque clínico realista y sensible. La trama no se contenta con buscar un culpable, sino que se detiene a explorar por qué alguien como Jamie podría llegar a cometer un acto tan violento. Lo hace a través de una narrativa dual: por un lado, el inspector Luke Bascombe investiga los hechos; por el otro, la psicóloga forense Briony Ariston intenta comprender el estado mental del adolescente. Es en esta última línea donde la serie encuentra su mayor riqueza.

Uno de los momentos más reveladores ocurre en el tercer episodio, cuando Briony realiza una sesión terapéutica con Jamie. En este encuentro se develan algunas de las capas más profundas del joven: su inseguridad, su vergüenza, la presión por cumplir con mandatos de masculinidad y el peso del ciberacoso. Aquí la serie introduce conceptos fundamentales como el de la Teoría de las Partes, que sugiere que ante un trauma, la psique tiende a fragmentarse.

En Jamie, se pueden identificar tres partes: una funcional, que aparenta normalidad; otra ligada a la vergüenza, el rechazo y la baja autoestima; y una tercera, que media entre las otras, es reactiva y agresiva, responiendo al bullying y al modelaje violento de su entorno. Esta fragmentación psíquica, sumada a la falta de acompañamiento emocional, lo deja expuesto a mecanismos de defensa primitivos como la disociación y la violencia.

La serie también expone con crudeza el patrón transgeneracional de la violencia. El padre de Jamie, víctima a su vez de una crianza violenta, reproduce estallidos de agresividad que, aunque intenta controlar, dejan huella en su hijo. En este sentido, Adolescencia refleja cómo la violencia se transmite no solo por actos físicos, sino también por silencios, carencias afectivas y mandatos culturales.

Esto se expresa en el fenómeno incel, una subcultura digital formada por varones jóvenes que se autodefinen como “involuntariamente célibes” y culpan a las mujeres por su situación. Jamie encarna varios de estos rasgos: se siente rechazado, frustrado y desarrolla una hostilidad creciente hacia el género femenino. Este componente resulta especialmente relevante para entender cómo ciertos discursos de odio se infiltran en la subjetividad de adolescentes vulnerables.

La falta de comprensión de los adultos sobre estas subculturas digitales es un tema central en la serie. Padres, docentes y policías aparecen desconectados, incapaces de interpretar las señales de alerta. Este abismo generacional impide una intervención temprana y efectiva, dejando a muchos adolescentes atrapados en mundos virtuales hostiles sin una guía emocional real, reflejado en la distancia emocional entre padres e hijos a través de historias paralelas como la del inspector Bascombe y su hijo Adam. Estas relaciones fracturadas muestran cómo la ausencia de diálogo y la desconexión afectiva pueden ser tan dañinas como la violencia explícita.

Más allá del análisis psicológico, Adolescencia también plantea una fuerte crítica a la superficialidad de los vínculos en la era digital. La comunicación basada en emojis, filtros y mensajes breves ha reemplazado al diálogo profundo. Como bien señala una reflexión final: entender el mundo de los adolescentes no implica “hablar su lenguaje”, sino ayudarlos a construir uno emocional más sólido. La clave está en fomentar la conversación genuina, no en descifrar códigos visuales.

En definitiva, Adolescencia no es solo una serie sobre un crimen juvenil; es una obra que interpela a toda una sociedad sobre su responsabilidad en el desarrollo emocional de las nuevas generaciones. Nos recuerda que la violencia no surge de la nada, sino que es el resultado de múltiples fallas: en la crianza, en la escuela, en los vínculos y en el modo en que (no) escuchamos. Nos moviliza a tomar consciencia y hacernos responsables como sociedad e individualmente como adultos.


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