–Pero ¿no os angustia no saber de dónde viene esa niña? ¿Quiénes son sus padres?
–¡Te lo hemos explicado mil veces, Rosa! –le dijo Irene–. No, no nos angustia. Pensamos en ello y lo hemos hablado mucho, pero no nos angustia. Tendrá sus genes y se parecerá a unos padres que no conocemos ni sabemos quiénes son ni por qué la abandonaron o de qué murieron. Nosotros queremos ser sus padres, darle lo mejor que tenemos, una vida mejor de la que pueda tener como niña huérfana en Bombay. Una educación, todo el amor posible, nuestra presencia diaria…
–¡Sí, vuestra acción es muy loable, pero quizá no sabéis muy bien qué es lo que estáis a punto de hacer! ¡Un hijo es para toda la vida! Si es tuyo, lo aguantas, pero si no es tuyo y no sale bien, ¿qué? ¿Lo aguantarás también toda la vida?
–Rosa, sabemos perfectamente que un hijo es para toda la vida. Y nuestra hija, sea como sea, ¡lo será para siempre! –contestó Ramón, serio, fumando su pipa. Parecía no inmutarse por nada, pero por dentro la sangre le hervía.
–¿Y ya has pensado cómo se llamará? –preguntó David, el marido de Rosa.
–¿Qué cómo se llamará? ¿Qué quieres decir con eso? ¡Ya tiene un nombre! ¡Se llama Sita, ya lo sabes!
–Pero Ramón, ¡no me dirás que la llamareis Sita, así tal cual, y que sea la única Sita de Barcelona!
–¡Es su nombre, es una de las pocas cosas que tiene! Forma parte de su historia, alguien lo eligió un día para ella, y ¿quiénes somos nosotros para borrarlo? Además, Sita es un nombre precioso de la mitología india –replicó Ramón, sujetando su pipa.
_______________________________________________________
Extracto del libro Rastros de sándalo, de Asha Miró y Anna Soler–Pont
Ed. Planeta (2007), pp. 122-123